En muchas situaciones y lugares cotidianos se puede dar el caso de encontrarse con alguien que ha decidido no recibir la vacuna contra el coronavirus. En estos casos, puede surgir un intercambio de pareceres entre las dos posturas frente a la vacunación. La doctora e investigadora Beatriz Mothe y Antoni Trilla, jefe de medicina preventiva del Hospital Clínic han dado las claves para este tipo de discusiones.
Una de las cuestiones que replican los antivacunas es que los inmunógenos contienen sustancias peligrosas como aluminio o mercurio. “Las vacunas no llevan en la actualidad, prácticamente en ningún caso, mercurio, y algunas de ellas sí que pueden contener una pequeña cantidad de aluminio, pero no las vacunas de la COVID”, explica Trilla a La Vanguardia. Mothe indica que el aluminio “se usa para potenciar el efecto de la vacuna, lo que permite reducir la dosis y facilita la producción a gran escala”. Además, apunta que las dosis son muy bajas y no son nocivas para la salud.
Otro argumento son los efectos graves que pueden provocar, como el bulo sobre el autismo. Hace muchos años, se dijo (erróneamente) que la vacuna infantil tripe vírica podía provocar autismo. Sin embargo, “se demostró que no había ninguna relación entre esas vacunas y la enfermedad” recuerda Mothe. Además, existe un sistema de farmacovigilancia que monitoriza todas las vacunas que salen al mercado. De esta manera, cualquier médico que observe alguna reacción o efecto adverso lo tiene que notificar. No obstante, “la mayoría de los efectos adversos son leves, transitorios y locales, y se resuelven solos”, matiza Trilla.
Además, los antivacunas aseguran que se pueden producir problemas de salud a largo plazo. Sobre estos efectos, Mothe explica que “están asociados al momento en que se genera la respuesta inmunológica, y eso es a corto plazo. Las vacunas van perdiendo eficacia con el tiempo, por eso no es esperable que haya efectos secundarios a largo plazo, biológicamente no es plausible”. Asimismo, hasta el momento se han inoculado más de 9.000 millones de dosis de la vacuna contra el COVID. “No hay ninguna vacuna en la historia de la medicina que haya tenido un seguimiento más estrecho que estas”, expone el experto.
Por otro lado, también se esgrime que la vacuna no sirve para nada. Ante ello, la doctora recuerda que “las vacunas, sin la tercera dosis, continúan evitando la enfermedad grave”. En este sentido, insiste en la dificultad de desarrollar una vacuna esterilizante que evite la infección en un virus respiratorio. Además, recuerda que la de la gripe tampoco es esterilizante. De esta manera, la vacuna contra el COVID permite que, aunque “la carga viral en caso de infección es prácticamente igual en vacunados y no vacunados, los vacunados la eliminen antes, con lo que el tiempo de transmisión es más breve”.
Por último, el argumento quizá más delirante es que el pinchazo introduce un chip en el organismo “para controlarnos”. “Forma parte de las teorías de la conspiración. Es una absoluta tontería”, indica Trilla rotundamente. Explica además que dichas teorías, en el caso de estar bien construidas, tienen la propiedad de que no pueden ser confirmadas ni desmentidas. Del mismo modo, cuestiona la utilizad de ese supuesto chip. “Si es para controlarnos o para saber quiénes somos, cada día estamos dando 30.000 datos nuestros gratis a través del teléfono móvil o del ordenador”.