[dropcap]M[/dropcap]ucho antes de que nos descubramos como viejos, los demás ya lo saben y nos lo dicen. Nos resistimos a hacernos mayores quizá porque en este país es una condena envejecer, ser jubilado es estar muerto en vida. Por más que se diga que quien conserva la facultad de admirar la belleza no envejece, la realidad se nos impone: “nos vamos poniendo viejos…”. Y peor aún: se nos van yendo las ganas de vivir.
El proceso de envejecimiento no difiere mucho de unas personas a otras. El protocolo –palabra tan de moda- es semejante a hombres y mujeres: pérdida de la visión de cerca y de lejos, disminución de la capacidad auditiva, facilidad para las cabezaditas de sueño diurno, los movimientos corporales más lentos y pesados, el exceso de medicación y de variadas pastillas, la caída de los pechos y el abdomen, la menor flexibilidad en todos los músculos del organismo, un cierto regusto por la visita médica o farmaceutica. Y otros muchos síntomas.
Cada persona envejece de manera distinta: el pasado, los genes, los disgustos y las alegrías vividas nos condicionan enormemente. Y aunque dijera Carmen Martín Gaite que “No te escudes en la edad, que es así como se envejece—“, los años y el tiempo marcan nuestro proceso corporal: la edad nos condiciona y va arrugando nuestro organismo y nuestros deseos.
El cambio aparece también en lo psicológico y en el estado mental: menor interés por mantener relaciones sociales y hacer nuevas amistades, aumento del aislamiento y de la soledad no buscada, dificultad para recordar fechas, lugares y personas, indiferencia por la vida y aconteceres de los otros, manías y obsesiones acentuadas como sacar a pasear al perro (¿quién saca a quién…?) quizá para escaparse de casa y de la vigilancia de los allegados…, hablar excesivamente del pasado, apatía acerca de lo no es esencial para la propia vida, desinterés por la ropa y la apariencia exterior, el hecho de que todo cansa y atrae menos: la lectura, la tele, los viajes, internet…silencios prolongados con la mente en blanco, el distanciamiento del mundo y sus noticias y acontecimientos…
Y muchas más actitudes y claves que van marcando nuestro proceso de envejecer. Curioso que al caminar se evitan bordillos y escalones y se prefiere siempre lo llano y liso. Esto con el hecho de que cuesta más abrir paquetes, desenrollar lo bien atado por no lograr dominar ya nuestras manos y las articulaciones, por haber perdido la fuerza de los huesos y la piel…es el símbolo del no aferrarnos a la existencia, de ir desprendiéndonos de todo lo material, anticipando así de alguna manera la no tan lejana muerte- Y esto a pesar de lo dicho por García Márquez: “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”-
En efecto, es el olvido la peor forma de envejecimiento, la pérdida de los valores y el sentido que nos hacía vivir- Olvidar es la antítesis del amor, más inhumano y doloroso que el ir perdiendo las energías vitales y nuestra fortaleza corporal.
Por eso es tan necesaria en esta última etapa del existir el cariño y la compañía. Sólo cuando envejecemos en compañía de otros conocemos la fuerza del amor y el sentido de la vida. Ya lo decía Diane Kruger: “No quiero un héroe, amor mío, quiero un hombre con quién poder envejecer…”
Ojalá que, hombres y mujeres, lo encontremos en nuestros últimos días.