[dropcap]F[/dropcap]ue un 14 de febrero de hace diecinueve años. Luis Monzón, nos dejaba como él quiso, con la cabeza erguida y negando hasta el último momento que la enfermedad maldita había ganado ya la batalla. Vivió bastante menos de lo que se espera, pero siempre a su manera, con intensidad, la cabeza bien erguida y su verdad por delante, «hasta matar» si fuera necesario por defender a los amigos, porque en eso de las lealtades no podía ser más visceral.
Fue un castizo en la Salamanca del último cuarto del siglo extinto, el popular peluquero de la calle Meléndez que logró hacer de su establecimiento una especie de sede clandestina para los mundos que convergen por el centro de la ciudad: Ayuntamiento, las dos universidades, la Iglesia y otras yerbas socio-culturales. Allí acababan coincidiendo los actores principales, como si se tratara de un confesonario laico en el que desahogar culpas e inquietudes. Por eso Monzón sabía tanto de lo que pasaba en la ciudad y le abrían luego todas las puertas y despachos.
Un día, en el escaparate de Montevi, la desaparecida tienda de ropa de la Plaza Mayor, se expusieron unas fotos muy llamativas. Eran las imágenes procesionales de la Hermandad Dominicana y causaron impacto, porque en los años ochenta apenas se había visto ese tipo de fotografía, de detalle y a gran formato. Las fotos eran de Luis Monzón y en los mentideros del centro, tan dados al palique sobre la antropofauna del hábitat, descubrieron que el popular peluquero también era fotógrafo. A partir de ahí se dio a conocer y llegaron las exposiciones, los libros con sus fotografías, su presencia en actos públicos y medios de comunicación…
Había surgido el personaje, un hombre del pueblo que supo forjar su leyenda, se relacionaba con todos y aportaba, además, una obra fotográfica que, sin ser un prodigio técnico, tenía enorme interés. Después de todo, esas fotos no las hacía nadie. Eran fotos de Salamanca, la Salamanca del crepúsculo, con esa luz tan bella y limpia que funde los últimos azules de la tarde con el dorado de la piedra de Villamayor. Eran fotos realizadas desde lugares impensables, a los que solo él tenía accedo. Además, tuvo la habilidad de saber introducir Salamanca en la fotografía procesional. El objeto era la ciudad, la procesión el pretexto. Fue pionero, porque al poco muchos le siguieron y, efectivamente, lo hicieron mejor.
Se fue prematuramente y la neblina del olvido fue desdibujándolo todo. Apenas un par de homenajes póstumos y una exposición retrospectiva reivindicaron hace mucho tiempo su memoria. Monzón fue popular porque unía a su genuina forma de ser una habilidad creativa, la fotográfica, que le supuso el reconocimiento en vida. Tuvo su momento entre 1985 y 2002, el año mágico de Salamanca. Después, el transcurrir de los años, inmisericorde, devoró su recuerdo. Para quienes le conocimos y quisimos la remembranza es permanente, su amistad dejaba marcas indelebles. Nos gustaría también que, al menos de vez en cuando, su nombre fuera evocado. Sin Luis Monzón, y otros como él, resultaría imposible reconstruir la intrahistoria del casco viejo salmantino.
1 comentario en «Senderos del recuerdo junto a Luis Monzón»
Una gran persona, cabal y siempre dispuesto a hacer favores y aprestar su trabajo, digo prestar porque nunca cobró por esos reportajes de la Semana Santa salmantina.
Mi recuerdo y mi homenaje desde estas líneas.
Algún día nos veremos de nuevo