[dropcap type=»1″]E[/dropcap]n la cuesta de Carvajal, en la que fuera cripta de la iglesia románica de San Cebrián, se encuentra la cueva de Salamanca. Se trata de una oquedad abierta en el muro de la muralla romana, antes cerca vaccea y vetona. De su fama dan cuenta las múltiples obras literarias escritas en todo el mundo sobre su origen y las enseñanzas que se impartían dentro su reducido espacio.
Los que leemos la lengua de Cervantes podemos remitirnos a su obra, “La cueva de Salamanca” en la que se recrea el lugar con gran verosimilitud. En las excavaciones previas a la apertura y restauración de la cueva, realizadas a finales del siglo XX, se encontró intacta la redoma, enclavada en el suelo, donde, según la tradición, se escondió el Marqués de Villena para escapar del diablo.
Otros muchos escritores aluden a la cueva. Quevedo, Rojas Zorrilla, Calderón de la Barca, Hartzenbusch, López de Ayala, Meléndez y Pelayo, Jerónimo Münzer, Francisco Botelho, Fernando de Bustamante y Fernando Rodríguez de la Flor son algunos de los que siguen la senda de Cervantes aportando narraciones en las que la cueva coge protagonismo.
Según la tradición, el demonio, bajo la apariencia de sacristán de la iglesia, enseñaba a siete escogidos durante siete años sus artes de adivinación, astrología, magia, nigromancia, alquimia, quiromancia, invocaciones al maligno y cuanto Satán conocía y estaba vetado a los mortales. El diablo imponía una sola condición a los alumnos: al terminar las enseñanzas, uno de ellos, a sorteo entre todos los participantes, quedaría al servicio del ángel caído, en la cueva de la iglesia de San Cebrián. La suerte recayó en el Marqués de Villena, que escondido en una redoma, disfrazado de vieja, escapa por las escaleras que daban a la iglesia, camuflado entre las ancianas que venían a oír misa a primera hora de la mañana.