Opinión

La deslealtad, un valor en alza

Pablo Casado. Imagen. Instagram.

Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos
William Shakespeare, Macbeth

[dropcap]E[/dropcap]l ejercicio político está tan alejado de las necesidades de la gente que resulta imposible creer que los políticos tienen “vocación de servicio público”, que aspiran a gobernar de forma desinteresada porque les preocupan los problemas de los ciudadanos y creen tener soluciones para los mismos. Está mucho más extendida la idea de que los partidos son “agencias de colocación” donde todo está permitido, dentro y fuera del partido, con tal de conseguir un sillón confortable, un empleo seguro y bien pagado por hacer poca cosa y aspirar, con paciencia y astucia, a trepar en el escalafón, aunque sea a codazos y pisoteando a los propios compañeros si llega a ser necesario.

En los partidos predomina el espíritu acrítico del militante que desde las juventudes aspira a ascender en la pirámide de la organización, para así escalar en la vida personal, política y social. Para ello es necesario mostrar fehacientemente la adhesión inquebrantable a los principios fundamentales del movimiento (no importa cuales sean), combinando el seguimiento ciego de las consignas del aparato con el aplauso al jefe, celebrando sus ocurrencias y riendo sus gracias buscando colocarse ‘en la foto’, sabiendo combinar todo ello a la dosis justa y en el momento oportuno. El servilismo es una parte consustancial de la vida interior de los partidos políticos.

El poder es ciego y nubla la vista y la inteligencia, pero los líderes deberían aprender el escaso valor del aplauso desmedido en los momentos de triunfo y el reverso de la misma moneda, el escaso valor de la lealtad en la derrota: ¿Tu quoque, Bruto fili mi? (Julio César, idus de marzo del año 44 a. C); y Jesús le dijo: En verdad te digo que tú, hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres… (Marcos 14:30,31).

La lealtad no forma parte de la práctica política. Lo pudimos ver hace unos años cuando el aparato del PSOE defenestró a Pedro Sánchez con nocturnidad y alevosía, y lo hemos vuelto a ver cuando el aparato del PP ha sometido a un cerco cruel e inmisericorde de acoso y derribo a Pablo Casado, al que han abandonado sus más fieles seguidores a los que ‘colocó’, que hasta unos días antes de su defenestración seguramente le jaleaban y regalaban la oreja con un ‘eres el mejor’ o incluso ‘te seguiré hasta la muerte’.

Este tipo de situaciones se ha repetido frecuentemente a lo largo de la historia, la deslealtad y la traición quizás sean consustanciales con la naturaleza humana, pero el espectáculo resulta repugnante. Nos conformamos con poco, a veces con una simple reparación estética. A mí, como espectador de la tragicomedia me bastaría con poder ver en el segundo acto de la obra que el nuevo líder del PP, sea quien sea, señale la puerta de salida a los felones y les expulse del paraíso recordándoles a Quinto Servilio Cepión: Roma traditoribus non praemiat, y ya de paso vide quo modo sedes et privilegia perdant.

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