[dropcap]E[/dropcap]ste momento que vivimos exige reunir en un grito unánime el descorazonador trámite humano de la más profunda impotencia. No sirven escusas, ni grotescas justificaciones que puedan avalar bajo la idea política amanerada y servil, la vil estratagema del invasor de Ucrania. No podemos tolerar ni asumir la destrucción de un país soberano por parte del prepotente mandas de Rusia.
¿Dónde está el derecho internacional que debe salvaguardar la aspiración de cualquier territorio del mundo a ser libre dentro de sus fronteras?
Ese derecho universal de pacotilla, permitió, en el pasado reciente, que los tres mandatarios de la foto de las Azores, enarbolando la bandera de la mentira, justificasen la demencial y terrorífica invasión de Irak. Nadie juzgó ni juzgará a quienes, inventando los artefactos de destrucción masiva, abrieron la espita de la guerra para destruir un país soberano.
Irak, Ucrania y todo el sostén de las guerras diseminadas en estos momentos por el mundo, nos dejan ver con claridad que las grandes potencias pueden montar el chiringuito de sus antojos en cualquier lugar que les plazca. Nada se puede hacer ante el extremado poderío de un armamento sin límites. Menos, cuando miles de artilugios nucleares pueden repartirse como rosquillas de muerte, por tipos tan demenciales como el genocida morador del Kremlin.
Siendo parecidas las fórmulas utilizadas de la desinformación y el propagandeo más que estudiado, tanto en Irak como ahora en Ucrania, hay un matiz diferenciador que nos puede hacer ver las cosas de distinta forma si caemos en la cuenta de que Rusia ha entrado como un indómito ciclón en la trastienda de Europa. Si suponemos que el apetito invasor del monstruo ruso puede ir más allá de Ucrania, tendríamos que empezar a sentir cierto desasosiego. La bestia imperialista no solo se conforma con destruir y acomodar a sus intereses la nación invadida, sino que ya está esparciendo la simiente de la amenaza sobre otros países de la zona.
Al carecer de ese poder coactivo internacional frente a quienes tienen el poder real de las armas, solo nos queda confiar en la sensatez de los políticos de la Europa democrática, para que midan cualquier acción o ambición frente a esa maquinaria imparable de muerte. La insensatez de dar un paso mal calibrado, puede provocar, en la locura del despiadado dueño y señor de Rusia, que comprobemos cómo entra de repente por la cocina de nuestra tranquilidad el pestilente hedor de la guerra.
Sin la fuerza efectiva e implacable que debería surgir del derecho internacional, solo nos queda seguir amontonando, por las esquinas del mundo, el gran éxodo de los refugiados y asimilar el llanto de los niños como fruto natural de este tiempo, que sigue doctorándonos en conformidad y pasotismo.