Opinión

El fin de la esperanza

El símbolo de la Paz con la bandera de Ucrania. Imagen. Pixabay.

La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo.
Maurice Maeterlinck

[dropcap]R[/dropcap]esulta difícil mantener la fe en el ser humano, más difícil aún tener esperanza en el futuro y mucho más difícil enfrentar el presente con alegría, incluso en el pequeño porcentaje de privilegiados que vivimos en el llamado primer mundo, así que imagínense en el resto de los submundos que malviven entre nuestra indiferencia. Desde ese pequeño porcentaje de privilegiados es posible vivir la vida con cierto grado, cada vez mayor, de “sentimiento trágico”.

El último Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas advierte a los gobernantes, a los poderes económicos y a toda la sociedad de los graves riesgos que corre la Tierra por las emisiones generadas por el uso de combustibles fósiles. Hace mucho tiempo que el planeta muestra signos de agotamiento sin que se le preste la importancia que corresponde por los gobiernos, que se limitan a un “postureo ecológico” para vender a los ciudadanos una imagen de preocupación por el problema, pero que no toman medidas efectivas para frenar el deterioro, permitiendo el saqueo continuo por un capitalismo depredador que lleva implícito en su ADN la búsqueda de beneficios inmediatos, aquí y ahora, cuya avaricia no tiene límite y al que el futuro de la tierra no le importa.

Vivimos tiempos en los que el modelo económico y el modelo político están impregnados hasta la médula de la corrupción. Sus protagonistas disponen del poder económico, político, judicial y mediático suficiente para tapar su corrupción y que, en las escasas ocasiones en los que llega a conocimiento público, no les afecte judicialmente gracias a leyes hechas a su medida que contemplan inviolabilidades, aforamientos, prescripción de delitos o supuestas enfermedades terminales. Una sociedad grotesca y sórdida, una tragedia ridícula y absurda instalada en el esperpento.

¿Cuántos de aquellos que han sido cogidos en España malversando dinero público han tenido que devolverlo o están en el exilio o en la cárcel? Lo peor del ambiente de podredumbre moral es que, además de no pagar sus culpas, la opinión pública, manipulada por la opinión publicada, llega a disculpar e incluso justificar la conducta de los corruptos, mientras es capaz de linchar en la calle a un padre que roba algún alimento para dar de comer a sus hijos, o mantenerse indiferente ante el desahucio a una familia que no puede terminar de pagar la hipoteca de la modesta vivienda en la que malviven, mientras que los desahuciadores disfrutan de opulentos beneficios. Seguimos empeñados en dar la razón a Don Ramón del Valle-Inclán: en España el mérito no se premia. Se premia robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.

En Europa suenan nuevamente tambores de guerra, tambores que desde el desmoronamiento de la antigua URSS no han dejado de sonar, primero en los Balcanes provocando el desmembramiento de la antigua Yugoslavia, ahora en Ucrania, invadida por orden de un dictador que se sucede a sí mismo en un régimen unipersonal disfrazado de democracia: la fuerza siempre atrae a los hombres de baja moralidad señaló Albert Einstein.

Las crisis económicas derivan en guerras frecuentemente. Esta guerra, fruto de la confrontación de dos modelos capitalistas, el occidental dirigido por Estados Unidos y el ruso (aunque haya quien pretenda engañarnos haciéndonos creer que Rusia sigue siendo comunista), con el aderezo siempre peligroso del nacionalismo exacerbado, está sirviendo para que Rusia masacre a Ucrania y sus ciudadanos sean asesinados o se conviertan en refugiados.

Independientemente de cómo termine esta guerra, y puede terminar muy mal, Ucrania es ya la principal perdedora, la gran derrotada, pero el riesgo real de extensión del conflicto y de una confrontación nuclear pone los pelos de punta. No creo que la bomba atómica sea un tigre de papel como decía Mao Tse-Tung, sino un peligro real en manos de sátrapas ególatras dispuestos a utilizarla para no ser derrotados. Albert Einstein escribió también un pensamiento que merece la pena recordar: Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas: la paz.

Llevamos viviendo mucho tiempo al borde del precipicio, pero desde el final de la segunda guerra mundial nunca hemos estado tan cerca del desastre, a corto plazo fruto de la guerra y de la corrupción, o a medio plazo del deterioro planetario, por no contar las amenazas biológicas actuales o venideras como la Covid. No resulta fácil mantener la esperanza en el futuro de la humanidad, la alegría hace tiempo que también se ha exiliado de nuestras vidas y, lo que es peor, de las vidas de aquellos a quienes por edad les queda mucho por vivir y les corresponde el futuro, un futuro que se empeñan en robarles.

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