[dropcap]A [/dropcap]mí me pasa, y si le pasa a uno, es más que probable que nos pase a todos. Es una constante con pequeños cambios de color, tamaño, origen o forma, menores matices, pero es que todos venimos a ser más o menos lo mismo. Nos parecemos más de lo que pensamos, compartimos batallas similares desde distintos puntos del campo.
Y es que a veces, a ratos, por momentos, dejamos de estar en tono, las cosas pierden el equilibrio que tenían y aparece un runrún, un jenesaispasquoi, un ñiñiñí, y demás auto invitados a esa fiesta particular nuestra de la cotidianeidad (palabra esta).
Al primer vistazo, con la primera sensación revelada, el cuerpo pide culpar a él, ella o ello de la pérdida de bienestar mental o de la ganancia de ausencia. Es tan cómodo como pensar en la suerte mala cuando algo no sucede como nos gustaría sin que impida ser protagonista de cada cosa que sí sale como queremos. El profesor que te suspende y el examen que tú y tu talento aprobáis con nota.
A veces es verdad que eso es lo que ha acontecido. Todas las demás, tal actitud es una tirita para el ego que se acaba de romper un fémur. En mi modestérrima opinión, la segunda es la situación mayoritaria.
Juraría, en mi caso estoy seguro, en el tuyo lo considero más que probable, que lo que sucede es que se nos ha desconfigurado la balanza interna que mantiene en equilibrio dos aspectos o características con mucho más peso de lo que podríamos pensar cuando estamos esbozando un plan genial o en proceso de ejecución del mismo. Valga para una mínima reforma del nido, para la conquista del amor verdadero o para ir a ver una peli larga.
La balanza. En uno de los platillos depositamos la paciencia, en el otro la ambición. La paciencia trabaja con el tiempo, con las prisas, con las pausas. No hace nada, ya sabemos aquí que el tiempo es un díscolo elemento que pasa de todo o, sencillamente, pasa. La ambición son las ganas de tener, de que suceda, de que llegue. El primero mide a la segunda, la segunda empuja y presiona al primero.
Sucede que si la paciencia se muestra más pesada que la ambición, con toda probabilidad no estaremos en situación de hacer nada, no tendremos prisa, observaremos, esperaremos y rogaremos a la ciencia infusa para que ese algo termine en nuestro bolsillo, ese rival se rinda ante un adversario inmóvil o que comience a llover café en el campo.
Si por el contrario es el platillo de la ambición toca el suelo, conseguiremos llegar antes pero habiendo escogido atajar por el zarzal. Nos precipitaremos y viviremos bajo vigas apuntaladas, no bajo techos firmes.
Ya sabes, una salsa necesita su tiempo y su fuego para dejar de ser un charco con cosas flotando, pero sin cosas flotando en charcos, no hay fuego ni tiempo capaces de hacer salsa.