[dropcap]E[/dropcap]s para sentirse mucho más que orgulloso al compartir afecto con esos personajes que viven para darse a los demás en estos tiempos, en los que el rallador de la conciencia sobre la vida deja caer ese polvillo nauseabundo que huele a puro egocentrismo.
Alberto López, a quien conocí en aquella aventura de El Adelanto, encontró, tras la destrucción del inolvidable periódico, el camino que necesitaba sin ninguna duda su vida. No acababa de estrenar su militancia en el paro, cuando acertadamente lo fichó Misiones Salesianas.
A partir de ese momento (con la compresión de su familia) empezó a recorrer los submundos internacionales que desprenden miserias y podredumbres que destrozan la vida humana.
Ahí lo tenemos ahora junto a la frontera de Ucrania, mostrándonos una realidad que da pavor cuando la conocemos a través de una pluma tan privilegiada como la suya.
En la misma sintonía de ese espacio altruista, que solo saben habitar quienes visten con sencillez la piel humanitaria, tenemos a Manuel Muiños, sacerdote y presidente de Proyecto Hombre Salamanca. Un gallego salmantinizado que se ha convertido en referencia de esa pandemia de amor que ataca solo a los elegidos.
Sus proyectos y ambiciones (muy pronunciados) lo mantienen vivo y seguramente fiel al sacerdocio, que en él solo puede tener consistencia, si va unida al Evangelio la acción de servicio hacia los demás. No es difícil encontrártelo al filo helador de la madrugada, buscando a un chaval que necesita, más que una manta para el frío, una palabra para el alma, o abrazando en cualquier esquina de cartón a esos personajes que solemos rechazar por su repulsiva apariencia.
Pero este es el momento de los refugiados y por ello, los ámbitos de sus querencias han acogido a un grupo importante de mujeres y niños ucranianos, con calor hogareño en Proyecto Hombre Salamanca.
He podido contemplar, en los rostros de esas jóvenes mujeres, una esperanza muerta y desplomada en sus gestos de tristeza, pero por otro lado me han dejado ver el alentador susurro de existencia vital cuando observan a sus pequeños peluches de algodón corriendo entre risas por aquel espacio lleno de amor y de vida; diecinueve seres humanos que expanden el agradecimiento hacia este cura que rebosa apego y entrega en todo lo que a su lado huele a frustración humana.
He de aclarar ante los mangantes amamantadores de bulos y los altavoceros diseñadores de miserias y chascarrillos insidiosos (entre ellos algún compi de sotana al uso) que este importante grupo de refugiados está habitando unas instalaciones confortables, que se asientan lejos de las que, en Proyecto Hombre Caminero, siguen el programa los chicos que luchan por regresar a la vida vistiendo la dignidad que cualquier ser humano se merece.
Sí, ya sabemos que el gobierno y todas las instituciones públicas están obligadas a dar respuesta a este desaguisado, pero mientras se aclara ese galimatías de solicitudes, telefonazos y todo tipo de barreras legales que lían la madeja tantas veces, debemos acompañar con el abrazo y el bolsillo deshilado a este mosén infatigable, por la ruta que ha emprendido entre la incertidumbre y el desasosiego.
Que no oigamos nunca decir a nuestros hijos y nietos, lo que unos niños ucranianos preguntaban a su madre hace unos días: ¿Cuándo bombardean Salamanca?…
Mientras tanto, Alberto López en Polonia y Manuel Muiños cerca de nosotros, luchan con las armas de la comprensión humana, frente a un problema que puede incumbirnos a todos si a la bestia enloquecida le da por tocar el funesto interruptor de la muerte.