[dropcap]U[/dropcap]crania se va apagando como una vela. La destrucción va componiendo esa fotografía que vamos soltando sobre el desván de las miserias humanas junto a otras que solo emanan simples y efímeros recuerdos. Son las nieblas que fluyen y flotan como débiles sueños sobre el pasado.
Siria se va quedando cada vez más lejos en el cercano viaje de la desmemoria. Desde Alepo, uno de los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa me cuenta que allí viven con intensidad la pasión sufriente del hombre. Ese vía crucis interminable que busca un calvario donde hincar la cruz del tiempo o la de la vida, mientras el llanto de los niños sirios, entre escombros, va apagando el grito en forma de frágil tea humanitaria…
Y al fondo del escenario, donde existen los submundos con toda la escoria de deshechos humanos, el coltán, los diamantes y tantas otras guindas del pastel mundano dan cuerpo a los artistas ricachones en negocios deshumanizados, para que interpreten y nutran de savia nueva las otras guerras. Las guerras del silencio, de los turbios intereses que mantienen vivos los rescoldos que amamantan el tráfico de armas bajo contratos oscuros que deberían sonrojar los rostros inalterables de los gobiernos democráticos de pacotilla.
Ante este turbio panorama que va fotografiando lentamente la destrucción de los inocentes, se van formando las inmensas caravanas de los refugiados que recorren los áridos desiertos de la apatía donde no hay aliento que amamante la historia en la que crecen los niños acunados entre el odio y la tristeza.
Ucrania es otra chincheta sobre el mapa de la insensatez humana que alienta todavía viejos y arcaicos discursos sobre luchas de clases idiotizadas. Hay que seguir fabricando miserables disculpas ante la masacre invasora de un imperialismo putrefacto e inadmisible, que enseña los dientes poderosos como colofón de la gran desdicha que viste este tiempo.
Y en el recuerdo no tan lejano, Irak, Afganistán, Libia… claman justicia por la aniquilación prefabricada en los despachos por tres o cuatro calaveras con marchamo occidental, que encontraron en el ego el reparto de la muerte a domicilio, sabedores de que nada ni nadie jamás les juzgaría.
Este es el mundo que seguimos fabricando, mientras juegan a la guerra, en nuestro nombre, un montón de patéticas sombras sin principios.
Ucrania no será el último examen de fin de curso para nuestras conciencias amansadas. Quienes juegan con nosotros sobre el tablero del poder, seguirán insistiendo en joribiarnoslas raíces de cuanto somos, mientras nos truncan,cual si fuera un esqueje quebradizo,el débil porvenir de la esperanza.