[dropcap]E[/dropcap]n ciertos círculos está muy de moda lo de hacerse a sí mismo, construirse una personalidad concreta o el personaje adecuado a interpretar con el que conseguir lo que se desea o en el peor de los casos, aspirar a ello. Estoy moderadamente relacionado con tales afanes. Es también muy común el uso del comodín que defiende que para la cultura social, laboral o empresarial de lugares como Estados Unidos, ejemplo de lugar de oportunidades (nainoná), el fracaso no es una mácula, sino más bien, un peaje de aprendizaje, una posada en el camino a eso tan confuso como es el éxito.
En la nuestra, cultura, en cambio, no es frecuente aceptar que la hemos liado parda, que hemos metido la pata hasta la ingle o que sencillamente no estábamos preparados, lo de Manolete, que si no sabes torear…
Me parecen bien las dos. No tanto cuando se traduce en el no reconocimiento de un fracaso. El diccionario es siempre de mucha ayuda. Resultado adverso en una cosa que se esperaba sucediese bien. Suceso adverso e inesperado. Punto.
Y esto nos pasa a todos. Y todos la liamos, todos metemos los pies en charcos más profundos que altas son nuestras botas y todos hemos agitado un trapo rojo sin saber muy bien qué sucederá a continuación con el vacuno y su cornamenta. Y lo seguiremos haciendo.
Lo que siempre encontraremos tras el error es un camino con dos bifurcaciones y un atajo. Las dos primeras te llevarán a dos lugares distintos. La última, a ninguno, solo al resguardo del árbol sin hojas que sería esa justificación basada en que el error nunca ha existido o que ha sido responsabilidad de un alguien que por allí pasaba.
Las dos sendas que sí llevan a sitios serían aquella de la que hablan los americanos, el aprender del fallo, la adquisición de la experiencia, el máster en catástrofes que nunca más tendrán lugar y la más humilde, quizá más enraizada con nuestra idiosincrasia que es la de buscar una solución corriendo y luego ya veremos.
En ambos casos, sí existe al menos una oportunidad. Por poner un ejemplo facilón, has decidido irte al norte a pasar un rato de playa. Que hay muchas y muy bonitas. Tu plan es genial, ya que tienes esas vueltas de reloj para ti en exclusiva. ¿Quién te iba a decir que iba a llover con las ganas que tú tenías de sacar los cuernos al sol? Como el caracol, digo, no se me interprete con otros ejemplos zoomórficos.
Podía pasar, claro. El norte es tan verde y tan bonito por el agua. Que su riego haya coincidido con tu vacación es una lata, es verdad. Pudiste escoger entre el norte y la playa, te equivocaste al juntar ambos. Te la jugaste. Perdiste. ¿Y?
Pues a comer. O a comprarte un neopreno o un bonito paraguas. O a ir al teatro, que algo habrá programado. O de museos. O te quedas en el hotel y juegas fuera de casa… ¿Y la próxima vez?
Verde o playa.