¿Cuántas veces hemos escuchado a personas decir: yo es que siempre digo lo que pienso. Muchas, ¿verdad?
En terapia, cuando trabajamos con la comunicación y la personalidad hablamos de este tema. La respuesta es NO, no siempre hay que decir lo que uno piensa, sobre todo, si no nos han pedido opinión.
La sinceridad sin empatía, es un acto de crueldad. No podemos ir por ahí diciéndole a todo el mundo lo que opinamos, primero porque no nos lo han pedido y, segundo, porque es un acto tremendamente narcisista y muy poco empático.
Parece que se ha premiado en lo social el hecho de “ir de cara”, pero eso no significa tirar balas en forma de opinión y escudarnos en eso, “tan sólo es mi opinión”, porque las palabras tienen consecuencias, y, en algunas personas, muy graves.
Nunca sabemos por lo que está pasando la persona con la que hablamos, por lo tanto, tu opinión puede generarle una herida emocional que derive en varios días de estar mal.
Suele ocurrir muy a menudo, que, cuando una persona se abre a contar algún tema, si se encuentra con algún o alguna sincericida, lo que va a sentir es un juicio, en vez de un lugar de comprensión y apoyo.
Cuando además hablamos de “nuestra opinión”, es eso, sólo una opinión, y os aseguro que no es tan importante ni tan relevante.
Os pongo un ejemplo: llega la noche del sábado y las amigas han quedado para salir. Al juntarse, una de las amigas comenta: pero Lucía, ¿qué te has hecho en el pelo? ¡Te queda fatal! Puede parecer un ejemplo absurdo, pero esto extrapolado a todas las esferas es un hecho muy común: en el trabajo, respecto a la imagen corporal, la vestimenta, etc.
No sabemos qué mochila tiene la persona que tenemos en frente, así que, por favor, seamos amables, de verdad, si nuestra opinión no ayuda o no es pedida, seguramente no sea necesaria.
Si quieres saber más, aquí me encuentras.