Opinión

La mina

[dropcap]N[/dropcap]unca había estado en una mina. Por eso agradecí la oportunidad que me brindaron para visitar y conocer la mina de wolframio de Barruecopardo, que explota Saloro. Acompañados por su director facultativo, Tomás Vecillas, tuvimos la suerte de comprobar in situ el proceso de producción, desde que se extrae el mineral en la corta hasta la obtención de scheelita mediante un proceso que, en sucesivas fases, tritura la roca y la separa del estéril por medio de diversos procedimientos.

La provincia de Salamanca ha tenido siempre tradición minera, igual que todo el territorio del oeste peninsular asentado sobre el antiguo Macizo Hespérico, cuyas rocas contienen infinidad de minerales, algunos bastante escasos. Municipios como Golpejas, Los Santos, Saelices, Saucelle o Navasfrías, entre otros, están asociados a la minería de los metales, igual que desde hace unos años, polémicas incluidas por tratarse de uranio, Retortillo ha ocupado bastante espacio en los informativos.

Durante buena parte del siglo XX, los pueblos con minas gozaron de una prosperidad que les permitió singularizarse en el entorno. Las escuelas y otras infraestructuras, hoy abandonadas en su mayor parte, son testigo de un pasado con riqueza. Me contaba Ramiro Merino, poeta y compañero en la aventura de la educación, que su pueblo, Guardo, no levanta cabeza desde que cerraron las minas de carbón. Ni la belleza de la montaña palentina le impide haberse convertido en zona deprimida que vive de las subvenciones. En los noventa superaba los nueve mil habitantes y, ya en caída libre, va hacia los cinco mil. A escala más pequeña, los municipios mineros de nuestra provincia que asistieron al abandono de sus minas a finales del pasado siglo, sufrieron también la decadencia mientras su vitalidad languidecía entre la insignificancia de ese paisaje de desolación en el que se ha convertido la franja occidental del antiguo reino.

Como contrapunto encontramos ahora este municipio, Barruecopardo, que ha recuperado su pasado minero. Es cierto que las explotaciones tienen un tiempo de vigencia, porque los recursos no son eternos. Pero al menos sí que dan una posibilidad de generar riqueza y trabajo en un espacio que lo necesita como el comer. En ellos está luego saber aprovechar la oportunidad. Pero la minería es necesaria. Decir lo contrario es demagogia. Renunciar a ella implicaría regresar al estado silvícola y eso es ya imposible. Absolutamente imposible. Por ello solo queda la explotación racional de los recursos. Hay que hacerlo con garantías, de manera sostenible, y dejar el espacio igual o mejor que cuando se comenzó.

Uno de los fuertes de Barruecopardo es, precisamente, el programa que con fondos de la empresa se lleva a cabo, con excelentes resultados, para la conservación de la flora y fauna de la zona, limítrofe con el parque natural Arribes del Duero. Igualmente, la restauración del paisaje, repoblaciones incluidas, se lleva a cabo de manera paralela a la explotación, sin esperar a que esta finalice. Con ello queda demostrado que sí puede ser compatible explotar los recursos, crear riqueza y mantener el equilibrio y diversidad medioambientales.

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