[dropcap]L[/dropcap]a persona madura que aspire a ser autónoma afectivamente en una verdadera relación de amor sano y adulto, no en una codependencia esclavizante y enfermiza que puede llegar a anularnos, ha de aprender a poner distancias y marcar límites reivindicando el propio espacio personal protegiendo así y haciendo crecer su propia individualidad.
Abundan las parejas que terminan mal por no haber aceptado y fijado claramente los límites personales de cada uno. El amor une, pero no destruye a las personas. Seguimos siendo quienes somos aunque decidamos compartir un proyecto dual. El recorrido común no puede anular las necesidades ni echar por tierra la intimidad, la salud emocional y el destino personal e intransferible de cada uno de los que formalizan la pareja.
Al unirme en el amor con alguien no puedo dejar de ser yo (con mi pasado, mis manías y circunstancias…), ni olvidarme de seguir creciendo en el nivel de mi autoestima, de mis valores y de mi espiritualidad. Por ello marcar distancias, definir espacios, aclarar los límites de cada uno es clave para amarse como adultos. Y cumplir después con seriedad lo que acordemos.
El amor no quita libertades personales, no esclaviza impidiendo otras relaciones, antes bien amplía horizontes, profundiza en los diálogos del trayecto, ofrece seguridad y confianza como bases imprescindibles de la consolidación de los esquemas del matrimonio y la familia.
Establecer límites, repartir responsabilidades, pactar estrategias en las relaciones mutuas es practicar un amor inteligente. Porque no basta con amar, hay que amarse de modo inteligente. El amor abocado al fracaso se asienta sólo en el sentimiento, la pasión y las rutinas de tradiciones y ritos que pierden su contenido con el paso del tiempo. Dice Robert Frost que: “las vallas bien construidas propician las buenas relaciones entre vecinos…”.
El espacio personal es esa distancia de seguridad que todos necesitamos, parte de nuestro misterio personal e íntimo al que tenemos derecho, para salvaguardar las relaciones con los otros. Poner límites, señalar alguna que otra barrera, no es de egoístas sino de seres humanos que se aman a sí mismos, que es el arquetipo del resto de los amores.
Nuestras experiencias y valores personales pueden ser compartidas pero sin llegar nunca a ocupar el lugar del otro. Nuestra vida es única, un camino estrictamente individual que solo podemos recorrer nosotros. “El amor de mi vida soy yo”. Las personas con problemas de dependencia afectiva que no saben marcar su territorio pierden su libertad y su destino. Y puede acabar con enfermedades mentales y depresiones.
Cuidémonos por tanto. Aprendamos y practiquemos esta técnica de poner límites en nuestras relaciones desde el respeto y el cariño que nos debemos. En diálogo, en ofrenda amorosa. Con la dulzura y ternura que conllevan las emociones.
Pero con la fuerza y la decidida voluntad que nos da la inteligencia.