Una víctima colateral de la guerra en Salamanca

Un estudiante ruso no puede regresar a su país porque tiene bloqueadas sus cuentas
De espaldas, el ruso atrapado en Salamanca. (Ical / Formigo)

“Entonces, sí. La rana murió”. Cuando el Kremlin pasó a manos de Vladimir Putin en los albores del nuevo milenio, pocos podían presagiar que un par de décadas más tarde pondría en solfa la seguridad de la vieja Europa y frente al espejo su pasado más belicoso.

Javier A. Muñiz / ICAL

Una historia forjada a sangre y fuego que, para muchos, parecía olvidada, pero no a orillas del Volga. Al menos, no para todos. “Siempre digo que Putin no solo ha invadido Ucrania, que ya invadió Rusia en el año 2000. Si pones una rana en agua hirviendo, salta y se salva. Pero si la pones en agua fría y poco a poco la vas calentando, se muere”. La revelación del líder ruso como agresor, en realidad, es un proceso que lleva cocinándose 22 años, seguramente más. “La Unión Europea tiene sus propias cosas y aquellos países parecen alejados, salvo por los intereses del petróleo y el gas”.

La teoría de la rana es una reflexión de Mijail Pushkin, un ciudadano ruso afincado en Salamanca que se dedica a estudiar escritura creativa y considera que su historia podría encuadrarse perfectamente en el realismo mágico. Aunque concuerda con su marcado acento del este, con el que se expresa en cuasiperfecto español, ni si quiera es su nombre real. Mijail teme la furia de una creciente rusofobia a la que ya ha visto los colmillos, social, por oídas, e institucionalmente hablando, en sus propias carnes. Para él es algo paradójico, puesto que en su Rusia natal se sentía alguien diferente, “raro, desplazado, ajeno”, en sus propias palabras, hasta que un día el pasaporte de su abuelo le reveló casualmente que, en realidad, su familia es de etnia alemana, algo que más allá del telón de acero era “como ser extraterrestre”.

“El tema es que yo recuerdo que en la época de la Guerra Fría, los soviéticos que lograban huir de la URSS eran recibidos con los brazos abiertos en todo el mundo, precisamente porque huían de ese régimen, de esa dictadura. ¿Qué pasa ahora? No lo entiendo”, se pregunta Pushkin, sorprendido por la tesitura en la que se ha visto envuelto. Cree que los portadores de pasaportes rusos fuera de sus fronteras están ahora en una situación similar a la de aquel entonces. “No estoy pidiendo caridad, ni beneficios, ni dinero, ni nada, solamente quiero un trato digno como ser humano”, reclama con determinación, recordando que muchas familias tuvieron que salir corriendo de Rusia y “abandonar su vida entera” cuando Putin comenzó la invasión. Ahora, advierte que algunos se han quedado sin nada.

Las multinacionales de servicios financieros dejaron de trabajar con bancos rusos y la Unión Europea, como parte de las sanciones internacionales, decretó la cancelación de las cuentas de aquellos ciudadanos soviéticos que excedieran los 100.000 euros en su posición global. Una medida que, en esencia, perseguía atacar las vías de financiación de la guerra y poner en jaque a los conocidos como oligarcas, señalados como sustento económico del díscolo Putin. Mijail, que llegó a Salamanca el pasado mes de agosto tras años de anhelos huyendo de su pasado, vio cómo en abril, apenas unas semanas después de la incursión militar, cancelaban su cuenta bancaria en España. “En vez de un trato digno e igualitario, en la Unión Europea estamos viendo totalmente otra cosa”, lamenta.

De un día para otro, dejó de poder operar. Facilitó a su entidad todos los documentos requeridos, pero en primera instancia ni si quiera obtuvo respuesta. Buscó en internet. Así descubrió que le estaba pasando lo mismo a otros ciudadanos rusos. “Entendí que la cosa tenía que ver con eso”, apunta a Ical. Cuando fue con el cuento a su sucursal, le prometieron desconocer lo que estaba pasando. Pero cuando llamó a atención al cliente, lo supo. “Me dijeron, así en la cara, que me bloquearon la cuenta por ser ruso”. Y ya está. Este estudiante de escritura creativa volvió a sentirse discriminado otra vez, ahora fuera de Rusia. “Les pedí que lo solucionaran de alguna manera, pero no lo hicieron”.

Así empezó la lucha con su banco. El 19 de abril remitió una carta explicando el caso. Entonces, le dijeron que, una vez subsanados unos supuestos “problemas de identidad”, la cuenta ya estaba operativa. “Me dijeron mentiras totales en mi cara. Mi esposa no podía ni enviarme un ‘bizum’”, recuerda ofuscado. “Me bloquearon la cuenta por mi procedencia. Me dijeron que no tenía nada que ver con apoyar o no la guerra. Obviamente, yo no la apoyo para nada, pero esto para ellos no importa. Solo importa que tengo pasaporte ruso”, denuncia. Sacó a relucir con su entidad financiera las reglas de la Unión Europea y el Banco Central Europeo sobre los 100.000 euros, destacando que “ni de cerca” tiene esas cantidades, pero ni por esas. Sin cuenta no puede ni aceptar el trabajo que le acaban de ofrecer, ni pagar la siguiente cuota de su seguro médico.

Temor a represalias

El caso de Mijail llegó a Salamanca Acoge desde el servicio de Atención a Víctimas de Discriminación Racial, con sede central en Valladolid, tras realizar una queja por correo electrónico. Una vez derivado a la capital del Tormes, pasó a manos de Pablo Martín, responsable del servicio de Igualdad de Trato y No Discriminación de la organización sin ánimo de lucro que opera desde el barrio Garrido. “El problema es que los bancos no están haciendo el trabajo de investigación que les corresponde para conocer quiénes son los ciudadanos rusos que tienen más de 100.000 euros en sus cuentas. Así que están bloqueando por temor a las represalias que puedan sufrir al incumplir la normativa de la Unión Europea. Y están pagando justos por pecadores”, resume Martín.

El responsable de Salamanca Acoge considera que es “contraproducente” esta actitud en el seno de la Unión Europea ya que, desde su punto de vista, los ciudadanos que han huido de Rusia deberían tener trato “casi como refugiados políticos”. Y sin embargo, «están excluidos completamente”. “Eso, en ellos, puede generar un sentimiento de rechazo y de desarraigo, por no saber dónde encontrarse. Es ilógico”, sentencia. El área jurídica de la asociación recomendó a Mijail realizar una queja por escrito al servicio de atención al cliente. Si no le ofrecen un plazo de respuesta o ésta es negativa, eso le autoriza a realizar una queja al Banco de España. Será el siguiente paso. En ese caso, debería intervenir.

Según Martín, es una situación que se está reproduciendo no solo con ciudadanos rusos, también con personas de Protección Internacional, los conocidos popularmente como refugiados. Les están bloqueando las cuentas o les están impidiendo abrir cuentas de pago básicas, lo cual comporta una vulneración del Real Decreto Ley 19/2017 de 24 de noviembre, que recoge la obligación de abrir cuentas de pago básicas a cualquier ciudadano que resida legalmente en la Unión Europea, como Mijail, así como a cualquiera que sea solicitante de asilo o que, aún no teniendo permiso de residencia, su expulsión sea imposible por razones jurídicas. “Esto los bancos lo están incumpliendo sistemáticamente”, denuncia el trabajador de la ONG.

Foto: (Ical / Formigo)

Supuestamente, el Banco de España lleva investigando estos casos desde el año 2021, cuando así se lo exigieron organizaciones nacionales como Red Acoge, Cruz Roja o Cáritas, pero, de momento, no se ha manifestado. “Actualmente, nos encontramos en un proceso de recolección de casos como el de Mijail y cientos de personas de Sudán del Sur, Irán, Irak o Siria, a las que no están permitiendo abrir cuentas de pago, para presentarlos a una campaña de incidencia política y hacer una queja ante la Defensoría del Pueblo”, anuncia el responsable de Salamanca Acoge, quien está dispuesto a dar la batalla contra los bancos para evitar casos de discriminación financiera.

Además, observa un peligroso patrón que arroja, en su opinión, singulares conclusiones. “El caso de Mijail es peor por la guerra de Ucrania, pero es una narrativa que llevan siguiendo los bancos desde hace mucho tiempo. De hecho, cuando vino aquí, ya le dije que habíamos tenido muchos casos en 2020 de ciudadanos chinos a los que habían bloqueado las cuentas escudándose en la ley de blanqueo de capitales. Justo cuando fue lo del COVID-19. Parece que la población objetivo va un poco con la opinión mediática y pública. Me da esa sensación muchas veces». insinúa. «Los bancos actúan de motu propio escudándose en leyes para bloquear cuentas de personas extranjeras. La ley obliga, Y más en los tiempos que corren, porque el derecho a los productos financieros es básico”, resume.

Creciente rusofobia

La discriminación financiera es el plato del que le ha tocado comer a Mijail, pero sabe que responde a una cuestión aún mayor y que, por tanto, le preocupa más. “Yo no hablo casi ruso. No sé si en el caso de ponerme a hablar ruso en la calle me harían algo o no. Sé que varios de mis conocidos sí han tenido problemas porque los refugiados ucranianos que están ahora en Europa les están agrediendo. Lamentablemente, trajeron su odio a Europa, y lo entiendo. El problema es que la absoluta mayoría de los rusos que están en España, unos 80.000, están en contra de esta guerra. Por eso están aquí y no están en Rusia”, reivindica. Por eso oculta su identidad en este reportaje. “Donde acudo cada día hay un grupo de ucranianos que estudia español y nos saludamos cordialmente, pero no pienso decir una palabra en ruso porque yo no sé si me van a querer matar con la silla. Y les entiendo”, insiste.

Mijail ejemplifica aludiendo al caso de Torrevieja, población alicantina donde una considerable población de rusos y ucranianos ha convivido durante décadas. “Siempre ha estado todo bien, pero ahora ya han empezado con peleas en los bares”, señala. Y cuenta su temor al rechazo cuando recientemente acudió a Extranjería a prorrogar su permiso de estudiante, a pesar de tener “todo en regla”. Su proyecto de vida, en cualquier caso, pasa por permanecer en Salamanca junto a su cónyuge, profesora de español para extranjeros, quien ejerce profesión que desea para sí en el futuro y para la que ya se está preparando. “Si yo no tuviera a mi esposa aquí, tendría que ir a Cáritas a buscar pan”.

Consciente de que su situación podía ser peor, valora la suerte contar con ella, alguien con permiso de residencia y un empleo estable en Salamanca. “Al sistema burocrático no le importan las personas. En mi caso, la solución ha sido mi esposa, pero hay decenas de miles de personas de procedencia rusa para las que no hay solución. Se quedan directamente sin dinero y sin poder gestionar su vida normal. No lo hago tanto por mí, sino por esa mucha gente que huyó del régimen totalmente violento, agresivo y criminal de Putin, esperando que ser recibid con los brazos y el corazón abiertos, pero, en realidad, está siendo expulsada. Esto genera más odio y Europa no necesita más odio. Ya hay bastante”. Y tiene razón.

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