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Opinión

La noticia del día

Una mariquita sobre unas espigas. Imagen. S. Hermann & F. Richter en Pixabay

[dropcap]Y[/dropcap] nos acordamos del qué cuando ya no lo tenemos o cuando dudamos de poder conseguirlo o mantenerlo. Un qué concreto. Uno que estaba y dejó de estar o no estará, por eso se muda a la memoria al abandonar su lugar en la palma de las manos, su pose delante de los ojos, trascendiendo a eco, deshaciéndose en la boca, transformando el olor en simple respiración.

¿Quién? Esta es fácil. Yo. Solo yo. Ok, también tu y yo, pero porque estoy yo. ¿Podemos acaso situarnos dentro de algún otro quién? ¿Ejempatía? ¿Ponerse en la piel del otro? Qué gran ilusión. La intentona es bonita, pero ¿quién puede ser empático cuando tiene algo que hacer o dejar de hacer que le provoque una pérdida? Basta con decir “te acepto”. Sin victimismo, ¿cómo puedes ir más allá de aceptar lo que una persona siente sin ser esa persona? ¿Conoces a alguien que sienta como tú en la particularidad?

Y nos acordamos cuando ya pasó o de manera preventiva cuando aún no se ha manifestado lo que hemos visualizado o deseado. Y nos preparamos para estar preparados. ¿Y cuándo es cuándo? A poder ser, tan cerca como sea posible del incontenible y escurridizo ahora. Mira, otro ahora que se te acaba de ir. Mira ese ahora que está a punto de llegar.

Y nos acordamos del cómo cuando el camino ya ha sido andado. A veces antes de dar el primer paso. Casi siempre distraídos con los primos qué y cuándo. Por lo general apresuradamente, ignorando las piernas del quién, con la mirada detenida en un punto lejano, al qué al que queremos llegar con el más breve cuando posible. Pero ¿cómo? Todo al qué. Solo el ya.

Y no, no lo fíes en exceso al por qué. Porque da igual. ¿Para qué un por qué con un nítido qué? Argumento para memoria. Cada vez que busques un motivo, una explicación, modificarás el guion original. Cuando la guardes no será la misma. Y volverá a ser otra cuando vuelvas en su búsqueda. Y tú también. El por qué es la comida. El porque es el almax.

¿Entonces?

Entonces, nada. La nada quieta, la nada fluida. Sin movimiento o a favor y en contra de la corriente. Y donde estés. Lo que haya bajo tus pies, lo que veas o creas ver, lo que te temple o erice la piel, lo que baile alrededor de tu nariz, lo que te digan tus oídos.

¿Cuánto debemos invertir en descubrir el qué, el cuándo, el por qué, y el cómo del quién cuando acerca del protagonista nunca hay duda y el resto son mutables a cada momento?

Sí. Falta uno. El dónde. El único que estará contigo a perpetuidad. Que vale para lo físico, para lo temporal, para lo imaginario y lo real. El duende. El que se te agarra a la espalda y te persigue sin esfuerzo. El que en un único lugar siempre te encontrará. tiene un nombre para ubicarte estés donde estés. El que siempre está entre tu sombra y tus pies.

Sí, ya sabes. Ese lugar del que no puedes escapar, estés donde estés, te pregunten cuando te pregunten.

(Aquí).

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