Sí, Letizia, la reina es usted. Su porte suntuoso, su enhiesta figura y su impecable andar no impide que lo que transmite sea un no sé qué errático, como aquel que no encuentra su sitio, ni siquiera estando junto a su familia. Hay un dicho bastante vulgar que dice que el que no mea las alfombras de niño, no las sabe pisar de mayor.
Sí, señora, la reina es usted. Este lunes lo ha vuelto a demostrar utilizando la plaza del Obradoiro cual pasarela de moda o alfombra roja de los Óscar, porque a usted los Goya, incluso los César, le quedan pequeños, para lucir su perfecta y cincelada figura. Eso sí, la replica se la daban sus hijas, que eran las que iban junto a usted en este desfile.
Desafiante se la ha podido ver caminando hacía el templo que alberga restos del Apóstol. En un lugar con una tonalidad gris, usted ha elegido el naranja, por cierto precioso vestido que le sentaba como un guante, para estimular los sentidos. Se la veía bien. Eclipsó una vez más a sus dos hijas.
La Princesa de Asturias empequeñece cuando va a su lado. Cuando está con su hermana, transmiten complicidad y parece que están bien juntas. Son más naturales. Cuando usted se encuentra cerca de Leonor, la joven se muestra almidonada, como si no supiera cuál es su lugar. Incluso cuando está en jornadas distendidas como la del encuentro con los jóvenes talentos en Cataluña, antes de que ustedes hicieran acto de presencia, su actitud era más relajada, después estiró la espalda. Las fotografías son infalibles. Al objetivo no se le puede engañar.
Si, majestad, la reina es usted, pero su tiempo tiene fecha de caducidad: ¡El rey ha muerto, viva el rey! Ni qué decir de la reina consorte. En su primera aparición como prometida del entonces Príncipe Felipe, dijo aquello de: “Déjame terminar” porque quería seguir el «ejemplo impagable» de la reina Sofía. La reina emérita no hizo de menos en ningún acto público a sus hijas.