[dropcap]L[/dropcap]a vida de santa Teresa, en el siglo Teresa de Cepeda, fue apasionante. Sorprende por ello que no se reivindique su figura con mayor intensidad. Más en estos tiempos impregnados hasta la náusea por las delirantes perspectivas de género. Teresa, sin pasar por los estudios reglados, fue siempre muy leída y culta. Tomó los hábitos y salió de la clausura con decisión para reformar y fundar. Defendió con su ejemplo y obra la dignidad de la mujer y tuvo arrestos para ponerse a escribir, algo excepcional en aquella época. Con sencillez y hondura, demostrando un enorme dominio del lenguaje, nos dejó lo mejor del castellano popular del siglo XVI, amén de unas poesías que continúan siendo paradigma de la literatura mística. Sus admiradores le dijeron mujer varonil, que en la terminología actual equivaldría a feminista y emprendedora. Eso sí que es empoderamiento.
Pero no se reivindica. En la cultura de diseño, planes de estudios incluidos, nos meten con calzador autoras de padre despistado al recordarlas y se orilla, en cambio, a esta figura colosal de nuestra historia y las letras. Y no solo ahora, que por tres veces fue nombrada copatrona de España y otras tantas se le retiró el honor. El apóstol es mucho apóstol y con su cabildo compostelano y la Orden de Santiago presionando sí que demostró estar empoderado. La nuestra al final acabó siendo signo de contradicción, el sino de los grandes. Porque otros reconocimientos sí que tuvo. En 1922 se le nombra doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca, primera mujer en serlo, y en 1970 Pablo VI le confiere el título de doctora de la Iglesia católica. También abrió camino al ser la primera mujer a la que se le reconoce su aportación intelectual a la Iglesia.
En Ávila y Alba de Tormes sí se percibe el espíritu teresiano. De vez en cuando se promueve alguna iniciativa para actualizar la transcendencia de la santa andariega. Aún sigue en el recuerdo la exposición compartida de Las Edades del Hombre, en 2015, dedicada monográficamente a santa Teresa. Ese mismo año, Moncho Campos se sacó de la manga en Calvarrasa otra exposición, Vuestra soy, en la que una treintena de artistas salmantinos abordaron con mayor libertad creativa la figura de la reformadora.
La última propuesta la tenemos en Alba. Con motivo del doble aniversario de la canonización, en 1622, y el doctorado honoris causa, el Ayuntamiento y los carmelitas descalzos han organizado una exposición extraordinaria en el Monasterio de la Anunciación, junto al sepulcro de la santa. Bajo el epígrafe «mujer, santa y doctora», el comisario, Miguel Ángel González, doble prior de los conventos de Salamanca y Alba, articula un cuidado y documentado guion en el que se nos presenta una renovada presentación sobre la importancia y transcendencia de esta figura universal tan maltratada en otros ámbitos. Y, además, las piezas expuestas para articular visualmente el itinerario son de enorme calidad. Hay obra de Goya, Murillo, Palomino, Torrigiano y Gregorio Fernández, por citar los más conocidos, pero todas las piezas expuestas son buenas y reúnen en su conjunto el objetivo de ayudarnos a conocer un poco mejor a esta mujer que tanta huella dejó en su tiempo.