[dropcap]A[/dropcap]gosto llega a su fin y, en breve, septiembre hará su entrada de una manera triunfal para unos y unas. Sin embargo, no será un mes cualquiera para una parte del alumnado que vuelva a las clases con la incertidumbre de saber si su día a día seguirá siendo el mismo.
Llegarán las chaquetas, las mochilas, los estuches recién comprados, la algarabía, las risas a los coles, pero también los llantos, las collejas, las cosas de niños y la sinrazón de saber que nada cambia en algunos lugares, mientras se alivian conciencias con un cartelito o con una actuación estelar en vivo y en directo recordando que el respeto se practica allí, porque estas cosas no suceden en ese lugar.
Entretanto, se lanzan mensajes en películas para niños en las que se recuerdan que se pueden hacer ciertas cosas porque son menores de catorce años y la Ley no les hará nada. Y esto último mientras la gente que asiste a ese pase… se ríe y los niños recogen el mensaje que se lanza como si de una hazaña se tratara.
¿Qué podemos esperar de una sociedad que se jacta de la vida misma y que se conforma con todo lo que pasa sin despeinarse, mientras ve pasar su vida por delante como si de algo que no va con ellos se debatiera?
Les debemos protección, educación, sanidad, salud, bienestar, juegos, risas, momentos, buenos recuerdos y, sin embargo, no somos capaces como adultos que somos de garantizar calidad de vida a menores que demuestran tener más conciencia social que muchos adultos, que se convierten en mercenarios a sueldo sin escrúpulos y sin que la vergüenza haga su agosto.
Vuelve el miedo para recordar que siguen vivos y que posiblemente la soledad también se instale en su vida, mientras los poquitos que intentamos cambiar el mundo luchamos por derribar muros, traspasar fronteras y ganar pequeñas batallas a la par que tratamos de esquivar zancadillas que la mayoría de las veces sorteamos como verdaderos expertos y, al igual que en aquella película llamada los Inmortales, “solo puede quedar uno”.
La cuenta atrás empieza, mientras el cronómetro se pone en marcha y el tic tac del reloj resuena aún más fuerte recordando que todo tiene un comienzo, pero sin duda un final. Que ese final sea acorde a los sueños de cada niño, niña o adolescente, depende en gran medida de que esta sociedad acepte que el acoso escolar existe, lo trate como el maltrato que es y deje de justificar algo que nadie está libre de padecer.
Ojalá no existiera, ojalá este año no aparezca, ojalá esos datos del Observatorio de la convivencia de nuestra comunidad, que este año no se han dado, nos dijeran que realmente no existe. Pero no es así, cerrar los ojos y mirar hacia otro lado no hará que el acoso escolar deje de existir. Al contrario, alargara la agonía inútilmente a quienes tienen, tuvieron y tendrán la desdicha de sentarse en el pupitre equivocado.