[dropcap]F[/dropcap]eijóo, que es todo un personaje (no todo el mundo puede retratarse con la mafia), se nos presenta hoy como un concepto en busca de definición, o como un personaje en busca de autor, o como un político en busca de disfraz. Algo así. Más o menos.
Lo cierto es que los extremos elásticos de su partido Frankenstein, que va de la derecha falsamente moderada por un lado a la ultraderecha firmemente declarada por el otro, lo mantienen en un limbo borroso que él tampoco hace mucho por aclarar.
Brumoso y neblinoso, intenta encontrar su perfil o quizás solo ponerse de perfil, no lo sabemos. Una incógnita que quizás (y esto es lo más probable) no encierre ningún misterio, de la misma forma que el famoso parto de los montes no encerraba más que un ratón. La banalidad del suspense en forma política.
Y en esto nos recuerda a Rajoy cuya oscuridad parecía inteligente y moderada, pero cuyos decretos eran fieramente austericidas e insensatos. Obediente y servil, eso sí, a lo que ordenaban sus amos (Merkel entre otros).
La cuestión es que hoy un político que no se planteó muy seriamente el problema del cambio climático, la desigualdad creciente, y el agotamiento de los recursos, así como las soluciones colectivas (las únicas posibles) que se han de encontrar para resolver todo eso, es como si no existiera. Propiamente un fantasma del siglo XIX que arrastra sus cadenas oxidadas en el siglo XXI.
Y ese es el caso de Feijóo, para el que esos problemas, al parecer, no existen.
Incluso sus fotos con la mafia del narcotráfico galaico vienen envueltas en una pátina gris que no augura ningún futuro novedoso o mínimamente regenerador, solo más de lo mismo, cuando lo mismo hace mucho que ha dejado de existir o de ser conveniente.
En ese sentido, el personaje Macron es un disfraz mucho más sofisticado que el personaje Feijóo. Igual de falso, pero puesto al día.