Al abuelete trajeado y bigotudo le salían de la boca culebrones difamatorios contra los socialistas, familiares y allegados, fijando su atención de forma especial en Jesús Málaga.
Ante aquel cúmulo de barbaridades, era difícil contener mis irrefrenables impulsos justicieros.
El control lo perdí cuando aquel viejales derechoso y sin escrúpulos, empezó a referir con todo lujo de detalles, el palacete que se había construido nuestro alcalde en un pueblo cercano a Salamanca.
Alcé la voz -parece ser que fuera de mis casillas- logrando que se hiciese un gran silencio en aquel bar. Referí a todos los presentes que, por una casualidad que se había dado pocos días antes, conocía la segunda vivienda del alcalde y que por tal razón podía dar fe de que era una casa normal, propia de una familia de clase media. El anciano apretaba los dientes aumentando su furia, mientras seguí relatando que aquel hogar estaba decorado de forma sencilla, pero con mucho gusto, y di el dato de las fotografías, creo que aéreas, de la provincia de Salamanca colgadas de aquellas paredes.
Cuando salí del baño, mi acompañante tenía abonada la cuenta y tomándome del brazo me sacó con demasiada prisa de aquel establecimiento.
Ya en el centro de la ciudad, mi colega me hizo saber que mientras estaba en el servicio, aquel prójimo, alzó la voz para decir: Estoy por sacar la pipa y darle dos tiros a este rojo de mierda…
Fue tal el coraje que me invadió, que quise volver sobre mis pasos, pero el amiguete me serenó con el argumento de que aquellas palabras eran las de un auténtico fantasma.
El caso es que cuando me quedé solo, una cólera incontenible me hizo regresar al bar.
Después de pedir algo, cuando comenté con el camarero aquellas amenazas, me hizo saber que efectivamente aquel espécimen con presencia humana llevaba pistola, pues era un general que había pasado a la reserva, gracias a la acertada decisión del ministro socialista Narcís Serra, de atajar el murmullo de sables que seguía haciendo demasiado ruido en los cuarteles.
Aquella situación había creado en el generalito de marras, un odio visceral a todo lo que tuviese que ver con el PSOE y de ahí aquella inquina que alimentaba la difamación, como venganza contra el bueno de don Jesús.
El caso es que como el papel se va quedando sin surcos y Jesús Málaga (compañero de oficio en esta bendita y libre Crónica de Salamanca) precisa más terreno para la siembra, volveré a mezclarlo con el grano en una próxima sementera.
1 comentario en «El alcalde. Jesús Málaga (I)»
todavia quedan en sevicio algunos como el que os referiis desgraciadamente siguen siendo los fanaticos que se acabaran cuando sus huesos digan bastala sociedad gran parte de ella siguen viviendo de esos suculentos sueldos para acallar volluntades