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Cierra el último ultramarinos de Labradores

Fernando Sánchez Elena estuvo al frente de su tienda El Pueblo en la calle Pérez Oliva casi cuatro décadas
Fernando Sánchez Elena, detrás del mostrador de su tienda El Pueblo.

«Pasa, María». Así saluda Fernando Sánchez a una de sus clientas. Lleva detrás del mostrador de El Pueblo, su tienda en la calle Pérez Oliva, casi cuarenta años. María le pide una libreta cortada y le dice: «¡Hoy es tu último día!» Fernando responde: “Sí, hoy es mi último día”. María no quería irse sin despedirse del que le ha vendido el pan, fruta, aceite, detergente,… durante décadas. Con Fernando se cierra el último ultramarinos del barrio de  Labradores.

“Los vecinos de este barrio me han dado la vida. Me jubilo con mi edad. Llevo sin perder un día 38 años, de lunes a domingo y vuelta a empezar, doce o catorce horas, desde las 5.30 que salía de mi casa, hasta las 21.00 horas que regresaba. Es duro”, puntualiza.

¿Ha cambiado mucho el barrio en estas cuatro décadas?
Ha envejecido. Ahora está tranquilo, pero tuvimos unos años a finales de la década de los ochenta donde había mucha prostitución. Hicimos las caceroladas. Fui uno de los primeros que salí con la cazuela, junto a un abogado que se llamaba Fabián. Venía por la mañana y le tenía que decir a las prostitutas, dejadme la puerta, el resto de la calle, haced lo que queráis.

El Pueblo, su tienda, era la última de a pie de calle que quedaba en el barrio Labradores. Aún está el Mercado de San Juan, “pero son pocos puestos los que están abiertos. Le pasa como a mí, que están a punto de jubilarse. ¿Después? algo tendrán que hacer con el Mercado”, narra Fernando Sánchez.

Fernando, ¿como clientes qué nos perdemos cuando cierra una tienda de toda la vida?
Garantía. Lo primero, entran y los saludas por su nombre, si han estado enfermos, les preguntas, al igual que si han tenido un acontecimiento feliz. Procuras darle lo mejor que tienes. Es ese tú a tú. Estás con ellos a medio metro, los miras a los ojos,.. Eso no te lo da nadie. Además, el cariño. Un panadero, un carnicero o un pescadero,… somos como un cura. Nos confiesan muchas cosas y nosotros, como ellos, oímos y callamos. Conoces los problemas y las alegrías de los vecinos.

El barrio de Labradores está envejecido y Fernando sabe que mucha de su clientela es con la única persona que hablaban en todo el día. “Lo pasarán mal. Son muchos años. Muchos vienen solo a despedirse. Te quedas con lo bueno, con la alegría de haber sido útil a todo el barrio”.

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