[dropcap]Q[/dropcap]ue el miedo es una pista acerca de que algo nos importa, debería ser más que suficiente como pista. Que los acontecimientos consuetudinarios que se nos dan a rutinarios seres, como somos en nuestra inmensa mayoría, le importan un pimiento a la también inmensa mayoría de los demás seres a los que también les suceden cosas que, mayoritariamente nos importan otro pimiento, nos deja sin apenas enemigos.
Pero tenemos de ambas cosas.
Quizá por las películas de endebles princesas, atormentados príncipes con principios por descubrir y modelar y malos malísimos que buscan que sea el mal quien gobierne el condado. Quizá por esos patrones vemos así, a veces, la vida. Es muy cómodo defender que hay quien nos quiere mal y punto, que es ese su único objetivo. Tan cómodo como sencillo justificar que quien te hace mal, lo hace accidentalmente en su camino por obtener un bien para sí. Te pilló en medio y te dolió, molestó, dañó, salpicó, etc. No quería humillarte, sencillamente era tan absurdo que no sabía hacerse grande sin empequeñecer a otros…
El miedo es buen amigo. Cuando no es irracional, claro. Está por comprobarse que existan los vampiros, los fantasmas, los zombies, etc. Eso que, más que miedo, nos da sustos en el cine o en el sofá. El miedo a perder algo, en cambio, te grita para que hagas algo, lo que sea, mediante el error si es necesario, para conservarlo. El miedo a no conseguir algo debería empujarte a esforzarte, a prepararte, a persistir, aunque a veces, lo que logra es paralizarnos.
¿Es el miedo lo que nos paraliza? ¿Es el número o el tamaño del enemigo? ¿Es un engaño de nuestro aprendizaje? ¿Es sencillamente un autoengaño? Pues se darán todo tipo de casos y circunstancias, supongo una vez más.
Sí me atrevo a afirmar que en esas rutinarias vidas nuestras, y no lo digo con desdén o menosprecio, el principal enemigo es perfectamente reconocible cuando te sacas de la cama por la mañana, es quien te encuentras en el espejo del baño.
Porque sin fantasmas, zombies ni vampiros (ojo, que sí hay malos de carne y hueso ahí fuera), película que interpretamos esa mencionada gran mayoría tiene como argumento tener un euro más del que necesitamos. Tener quien nos quiera. Tener a quien querer. No en ese orden obligatoriamente. No parece gran cosa, ¿verdad?
Seguro que no lo es. Hay fórmulas más o menos sencillas para conseguir ese enorme pequeño tesoro. Sencillas, más o menos, siempre y cuando no nos paralice ni el miedo ni el enemigo del espejo. Siempre que no nos confunda ni nos haga insistir en lo que no. Siempre que busquemos el hueco en lugar de insistir en derribar el muro.
Los imposibles, por lo general, no pueden ser. Pero imposible, es, sobre todo, solo una palabra.