Si algo me avergüenza en esta vida es que se ‘trafique’ con las carencias o el dolor de los demás para ‘forrarse’ a costa de no tener vergüenza, ni conocerla.
Podíamos hablar largo y tendido de una larga lista de ‘jetas’ y de cómplices de todo ello, pero no vale la pena ni darles ese minuto de gloria que tanto ansían y que sube ese ego tan lastimoso que la mayoría tiene para que no se vea las carencias que realmente presentan.
Esta semana ha sido intensa, desde el bullying e intento de suicidio de una criatura de diez años, a la que afortunadamente ese Ángel de la Guarda que a veces nos ronda, abrió sus alas y no dejó que llevara a término el final de su vida. Como me suena, ese cruce de acusaciones entre unos y otros, encaminadas a desprestigiar, negar, afirmar y una larga lista de verbos y adjetivos.
“Ni bullying, ni bullan”. Frase pronunciada en algún momento, presuntamente por alguna profesora de este caso y que aporta una nueva incorporación a una lista de negacionismo que disculpan “las cosas de críos“. Marcando diferencias entre hacer algo y tocarse finamente la gaita. Al final siempre acaba pagando el mismo y cambiando de colegio quien no debería, pero es algo que lamentablemente lo tenemos como primera opción, aunque personalmente pienso que confirma la mala praxis que veo a diario.
Pero si ha habido algo que ha merecido francamente una gran portada y mi enorme admiración, ha sido, ese caballero, de nombre Mariano que con 82 años y malviviendo en una residencia de Madrid, ha tenido las agallas de denunciar las penurias que pasan muchos mayores en algunas residencias de mayores. Horas sin comer, falta de personal, falta de materiales y un largo etc. de carencias y de penurias resumidos en un testimonio de siete minutos.
Y vuelvo a la reflexión y pregunto lo inevitable: ¿Todo vale por dinero? ¿Cuánto vale una vida? ¿Qué precio tiene la vida de esa menor, la de Mariano o la de Melody, esa perrita apaleada hasta la muerte dentro de una protectora de Zamora hace unos días?
Quizás oiga que cada vida es diferente y ciertamente lo es, pero no justifica las malas acciones de quien da las ordenes, quien la ejecuta, quien no lo evita y quien, por diversión, dinero o porque hoy tiene el día gris y alguien tiene que pagarlo, lo paga con quien no debe.
Mala sociedad la que se está quedando, que no se levanta contra las injusticias de un país que clama justicia y muchas cosas más sin que se le oigan, ni se le escuche y que aprende a normalizar lo que nunca será normal, ni ético, ni una larga lista de adjetivos no muy finos que se asoman a mi mente y que definen el sentimiento que me embarga mientras la noche cae y la vida sigue.