[dropcap]L[/dropcap]a actuación de la clase política es nauseabunda. Salvando honrosas excepciones, que las hay, los políticos se han convertido en una plaga de parásitos cada vez más difícil de erradicar. Carecen de formación y escrúpulos y les da lo mismo que su discurso y ejercicio estén plagados de incoherencias, contradicciones y mentiras. Aristóteles, que reconoce y justifica la política como inherente a la condición humana, afirma con contundencia que el hombre más excelente es quien debe gobernar. Miremos entonces ayuntamientos, cortes regionales y nacionales, consejos de ministros y demás estancias de destino para el enjambre y evaluemos la excelencia de quienes dirigen nuestras vidas. La ley, añade el Estagirita, es un discurso basado en la inteligencia. Entran escalofríos. El panorama, cuando se analiza con detenimiento, no puede resultar más desolador.
Además, esta caterva de incompetentes no se conforma con esquilmar y derrochar a manos llenas en mil tonterías que para nada sirven, salvo para derramar gracias y prebendas ante fieles y sumisos. Quieren dirigir íntegramente nuestras vidas, prescribiendo qué palabras son de uso obligatorio y cuáles no podemos utilizar, qué debemos comprar y comer y beber, cuándo poner la lavadora, qué temperatura nos conviene… Lo saben todo. Nos lo organizan todo, como si fuéramos niños desamparados. Son una casta espuria. Y aquí no se salva ya ni el Tato cuando hablamos de colores.
Lamentábamos en este medio, hace un par de años, el ataque continuo que sufren las Humanidades en los planes de estudio. El ultraje se refuerza ahora con otros cuantos desatinos. La panda de inútiles que encabeza Rocío Lucas nos obliga a comenzar un curso sin haber legislado aún cómo lo vamos a organizar. La Junta de Castilla y León no ha sido capaz de hacer nada, salvo posponer la entrega de las programaciones hasta Navidad. Pero, además, uno lee los borradores de las asignaturas, tratando de intuir por dónde debe ir el curso, y queda aterrado. Las Humanidades vuelven a sufrir el asqueroso manoseo de esta élite urticante experta en crear problemas donde nunca debiera haberlos. Y la Historia, como siempre, la más afectada. La Historia como ciencia está a punto de desaparecer en el sistema educativo español. La contaminan con infinidad de asuntos impropios de la disciplina. El historiador no es periodista ni sociólogo, sigue un método muy riguroso para analizar y solo expone sus conclusiones cuando se han contrastado con solvencia fuentes e interpretaciones.
Por eso, aunque sea cierto que el aprendizaje y conocimiento de la Historia deben llevar a un compromiso cívico, este debe ser la culminación de un proceso. Nunca una imposición dogmática, que es lo que pretenden los gobernantes con la nueva ley. Los rojos tirando a morados del gobierno central y, de momento, los azulverdosos de Castilla y León. Dirigen nuestras vidas y quieren profanar también nuestras conciencias orientándonos el pensamiento. Medios de comunicación comprados, planes de estudios dirigidos, rigidez intelectual. Así, se imponen como únicas e incontestables las propuestas de lobbys actuales, sin que se haya podido estudiar su implantación y repercusión en el proceso histórico. Emergencias climáticas, comportamientos ecosociales, ciudadanía ética digital… ocuparán sin duda su espacio en la Historia, pero no se pueden integrar en la nueva doctrina del buen ciudadano que se quiere calzar a presión desde las Humanidades.