Opinión

Impuesto a la palabra

Un hombre guarda y pide silencio. Imagen de Sam Williams en Pixabay

[dropcap]M[/dropcap]alos tiempos para la lírica. Magníficos para la prosa vacía. De capa caída las palabras bonitas excepto para quienes buscan poesía. No faltará quien la genere, quien la comparta, incluso quien la escriba, quizá tantos como los que la disfrutan. Por eso son malos tiempos. Porque no somos todos. Y por eso no hay tiempo, por eso las prisas, por eso sin pausa.

La prosa está de saldo. En un constante Black Friday, en dos por uno o segunda unidad a mitad de precio. Las palabras se regalan, se manosean, se prostituyen, ni siquiera se venden, se lanzan como la piedra y ni siquiera hay que esconder la mano. Hasta que pierden su valor.

También escasean los silencios. El taller donde el artesano hace voz del pensamiento. El lugar invisible en el que se juntan hasta que se convierten en obra de arte. Hablamos y hablamos y hablamos, buscando una cuota de atención por constancia, no por razón, no por estética, no por ética. Porque despreciamos el silencio. Porque nos deja a solas con nosotros mismos. Para evitar el ruido de la idea.

Los oídos y la boca son dos tuberías que terminan en un mismo punto. El cerebro. La cabeza. Por una de ellas fluye agua limpia. Por la otra, si no dejamos trabajar al filtro, vertemos las aguas residuales. Adivina qué labor corresponde a cada una. Adivina cual es el tamiz.

A la que salta marcamos la falta. Sin reposo todo es despojo.

Silencio. ¿Por qué hemos decidido que sea incómodo en compañía? ¿Por qué preferimos una conversación insignificante, un intercambio de datos vacíos, pasar la pelota de un lado a otro en un juego condenado al empate a una escucha interior, a sentir cómo el corazón palpita?

¿Por qué sin dejar terminar el argumento lanzamos apresuradamente un cuestionamiento? ¿Por qué no le damos un minuto a una pregunta hasta estar seguros de que merece la pena un esfuerzo por hacerla pública? ¿Por qué no permitirnos que ella sola se desvista? ¿Por qué lanzar al suelo cosas que tienen suficiente con su propio peso?

Y al revés. ¿Por qué insistimos en compartir lo que ya sabemos en lugar de aprovechar para saber más? ¿Por qué aburrirme hablando otra vez de mí en lugar de descubrir algo nuevo a través de ti? Lo relevante no necesita un spoiler constante.

¿Cuántos noes son necesarios para encontrar un sí indiscutible? ¿Cuántas veces debiste callar en lugar de decir? ¿Cuántos peros hacen falta para dibujar una tormenta en un cálido cielo azul?

Muchísimos. Muchísimas. Solo uno.

Deja un comentario

No dejes ni tu nombre ni el correo. Deja tu comentario como 'Anónimo' o un alias.

Te recomendamos

Buscar
Servicios