A nadie le gusta comprar algo por encima de su valor y cuando así sucede nos sentimos estafados y con cara de tonto. Lo mismo sucede con los impuestos, a nadie le gusta pagar impuestos, pero siendo necesario esperamos que el importe trasferido al gobierno sirva para obtener servicios que tengan valor y repercutan en una mejor calidad de vida para la mayoría de los ciudadanos y especialmente para las clases más desfavorecidas. No es el impuesto, es el retorno lo que importa.
Todos los gobiernos, de izquierdas o de derechas, cobran impuestos a los ciudadanos, la verdadera diferencia es a quien cobran los impuestos y como los administran. La derecha habla de bajar impuestos cuando está en la oposición y cuando llega al gobierno los rebaja a los ricos y los aumenta a las clases medias y trabajadoras. La izquierda es tímida en su defensa de los impuestos y propone medidas fiscales progresivas que, cuando llega al gobierno, no se atreve a imponer con suficiente contundencia a las clases altas.
Dos son las premisas fundamentales acerca del pago de impuestos: la progresividad (quien más tiene más paga) y el uso que se la da al dinero recaudado.
La progresividad es una premisa básica. No es de recibo que las grandes fortunas, tanto personales como empresariales, paguen pocos impuestos y además encuentren fácilmente muchos mecanismos para la evasión fiscal. Un gobierno serio debe tener una política fiscal seria que, además de recaudar impuestos, evite que sus ciudadanos más ricos encuentren fácilmente paraísos fiscales interiores o en el exterior.
Otra premisa básica es que el dinero recaudado se administre con rigurosidad y ello exige dos condiciones: fijar prioridades para la inversión pública y evitar la corrupción en la administración del dinero público. Las prioridades deben ser aquellas que benefician a todos los ciudadanos y especialmente a los más desfavorecidos: sanidad y educación pública de calidad, ayudas a la dependencia, empleo, vivienda, transporte… Evitar la corrupción en el gasto con mordidas o subvenciones a los más ricos es también fundamental, evitar que cargos públicos o privados se lucren con el dinero público debería ser una premisa imprescindible y estar mucho más seriamente castigado, política y penalmente.
La derecha hace bandera de la rebaja de impuestos, sirviendo sin complejos a los intereses de los poderosos a los que representa y la izquierda no se atreve a ondear la bandera de los impuestos como una necesidad para mantener los servicios públicos y el estado del bienestar. Si no se afronta con decisión la defensa de los impuestos, si la izquierda se deja arrebatar esta bandera como se ha dejado arrebatar en el pasado otras como la libertad, la igualdad o la solidaridad, que han formado parte consustancial de su ideología, perderá una oportunidad para seguir gobernando en beneficio de la sociedad.Al final, de nada valen los principios ideológicos y programáticos si no se reflejan cada año en los presupuestos del gobierno, y viceversa, de nada valen las medidas incluidas en los presupuestos si no se hace bandera de ellas y se saben defender y explicar a toda la población.