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Opinión

El grito de la piedra

Una de las obras de Severiano Grande que se puede ver en la Torre Anaya.

[dropcap]L[/dropcap]o mejor de la cultura suele llegar con el otoño. Tras la pausa del estío, cuando todo se para o ralentiza o busca un público distinto, por lo general menos exigente, con el cambio estacional las carteleras traen lo mejor del cine, se suceden las presentaciones de libros, comienzan los ciclos de conferencias y entramos de lleno en el calendario expositivo. Mucho de lo bueno que se habría podido realizar en los tres o cuatro meses anteriores se pospone para octubre. En Salamanca siempre decimos que es después de ferias, manteniendo en la memoria colectiva que estas mantienen su vigencia hasta san Mateo.

Disfrutamos ahora de tres exposiciones más que interesantes. En San Eloy, la Escuela de Nobles y Bellas Artes, gracias a la Fundación Caja Duero y al buen hacer de Miguel Ángel Gasco, podemos contemplar una extraordinaria muestra de los trabajos que sus profesores y alumnos fueron dejando en la extinta Caja Salamanca. Y en la calle San Pablo, entre la Salina y la Torre de los Anaya, completamos este triángulo otoñal con dos nombres que son palabras mayores en el arte salmantino. En el primer espacio, Zacarías González vuelve a protagonizar una exposición, ahora con más de cincuenta obras, inéditas para el gran público, procedentes de la colección particular de Manuel González Díaz, amigo y en parte mecenas del pintor más destacado que dio esta tierra en el siglo XX. Y en la Torre, antes de Abrantes, está Severiano Grande.

Severiano Grande ha sido nuestro último gran escultor de la talla directa de la piedra. Tuvimos en la primera mitad del siglo pasado a Mateo Hernández, que abrió el camino a muchos, y durante el tercer cuarto al malogrado Núñez Solé, mucho más versátil, pero también con enorme facilidad para la talla directa. La terna de los elegidos se cierra con Severiano Grande, que en sus más de sesenta años de actividad dejó una ingente obra escultórica tallada en todo tipo de piedras, sobre todo las de gran dureza o las recogidas directamente de la naturaleza por insinuar formas que solo él veía como nadie.

La exposición de Severiano Grande se puede ver en la Torre de Anaya.

La exposición era casi una obligación moral de esta ciudad con uno de sus artistas emblemáticos, al que le faltó sin duda el medallón en la Plaza Mayor, como muy bien comenta mi vecino de columna en este medio, Manolo Ferreira, gran amigo del escultor. Sus piedras a medio tallar gritan e interpelan al espectador que las contempla, pues Severiano Grande es, a decir de Andrés Alén, la potencia absoluta como escultor. Francisco Resina, igualmente pintor, buen amigo y conversador de largo recorrido, repara con ingenio en que la exposición lo tiene todo a pesar de titularse Nada.

Ha llegado el otoño y después de dos años con el freno de mano echado, las grandes salas expositivas vuelven a estar abiertas a la vez con un producto de calidad. Local, ciertamente, pero sin provincianismo y con criterio. Si por falta de presupuesto no se puede traer lo bueno de fuera, como en los años de las vacas gordas al rebufo de la capitalidad cultural europea, potenciemos lo bueno del lugar y que sirva de estímulo para las nuevas generaciones de creadores.

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