[dropcap]S[/dropcap]i tuviese que dibujar momentos de mi infancia lo haría con lápiz de carpintero sobre papel de estraza, que era el papel del comercio para envolver paquetes y pedidos. Nunca tuve un lápiz de carpintero. Son lápices lacados en rojo, de tronco plano y no cilíndrico, para sacarle punta se usa una cuchilla que desbroza la madera. Todavía me pregunto si la razón de que sean planos es para ajustarlos detrás de la oreja.
Revisando archivos fotográficos, encontré esta fotografía que acompaña el texto. Una imagen en blanco y negro, con grano y desenfocada, como la memoria de mi infancia. La temática de esta imagen tomada hace 10 años, me traslada a tiempos de hogar, mesa camilla, ¡sereno! y aguinaldo navideño 45 años atrás.
Época de costumbres sociales arraigadas, como la caza, cuya práctica era un ritual desde el amanecer hasta el ocaso. Sinceramente, la caza nunca me agradó, creo que disparé dos veces en mi vida a un bote o a un carrasco, también es cierto que poner una escopeta en mis manos era un acto de inconsciencia.
Nunca tuve ilusión por despertar para ir a cazar en aquellas madrugadas con los pies congelados y las manos en los bolsillos buscando restos de calor, pero acompañaba a mi padre a quien le gustaba más el campo y la amistad que disparar. De hecho, lo recuerdo a cargo de la intendencia y no tanto con una escopeta en la mano.
Por aquellos años coincidí con Suso de la Nava en el colegio Francisco de Vitoria, en 4º de EGB. No tardamos en ser amigos, en esto creo que influyó bastante su afición a la caza y Amador, su padre, quien hizo gran amistad con mi padre compartiendo días de caza en Cardeñosa, una finca que fue de mi familia materna en el término de Huelmos, entre Topas y Palencia de Negrilla, Salamanca
A raíz de esta amistad los días de caza para mí cambiaron su rutina, pues compartir con alguien de mi edad un día de campo era suficiente para madrugar. Recuerdo amaneceres escarchados con termo de café caliente que nos preparaba Pili, madre de Suso, y almuerzo a media mañana con tortilla, también de Pili, y embutidos de matanza casera con pan de pueblo, para reponer fuerzas después del primer ojeo.
Hace unos cuatro años encontré en el altillo de un armario la escopeta de mi padre desmontada y con la culata astillada. Después de cuatro mudanzas todavía nos acompañaba escondida en su funda de cuero roído, degastado, no sabía qué hacer con ella, no era un recuerdo que me agradara, hablé con Luciano, un buen amigo de mi padre, guardia civil retirado, y la entregué en la comandancia de Salamanca.
Pero todavía dejé recuerdos en el altillo del armario esperando no sé si la próxima mudanza o el próximo artículo.