Que todas las cosas malas tienen aspectos buenos es una afirmación de mierda. Las cosas malas son malas y punto. Pero sí, esconden cosas buenas. Ruego me permitas estos próximos minutos como público desahogo. Es lo que tiene un adiós inevitable.
No quieras ver ni media lágrima, ya están vertidas dónde, cuándo y con quién correspondían. Quiero contarte la parte bonita de una experiencia de una intensa dureza vivida durante muchas semanas, demasiadas e insuficientes al mismo tiempo. Quizá ya hayas recorrido tal camino en el pasado. Para mí ha sido la primera vez.
Ha sido precioso. La oscura pena de unos y otros se ha presentado de una manera tan luminosa como, prometo, nunca pensé que podría darse. En la previa contaba con que sería así, tal cual, solamente pena, día gris oscuro, a juego con el manto que decidió vestir el cielo para la ocasión. Pero con cada uno de los gestos, sí, de pena, de todos los que decidieron ir a la estación a ver partir el tren y de los que lo hicieron más tarde, subía más y más la intensidad de la luz de la habitación ya vacía. Por fin, tranquilo y sin dolor. Es verdad. Todos los astros están todo el tiempo, pero solo se ven cuando el sol descansa.
No nos gustan las emociones, porque nos desnudan, porque nos revelan, quizá porque nos acomplejan. Así de absurdos somos. Queriendo mantener el control en toda situación. No nos damos cuenta de que son ellas quienes nos humanizan, nos mueven, nos acercan.
Hace un tiempo divagué alrededor de la idea de la pena sin habitarla. Me vino la fortuna. Pensé que es una suerte que algo nos dé pena. No hay más justa etiqueta de precio que esa. Perder algo y que duela es lo que le concede valor, lo que tasa su importancia. Se hace pasado, se convierte en memoria, presente para siempre.
Un momento como éste es el imán más potente. Arrastra a personas que dejan de hacer sus cosas solo para regalar un puñado de sus minutos. Arregla conexiones que parecían perdidas por la rutina, la pereza, el error de dar importancia a lo que no es importante y el de ignorar la importancia de lo que es cotidianamente vital. Un hola de vez en cuando. Un sincero ¿qué tal? Unas sentidas gracias.
Un mal momento como éste es la más evidente aclaración de lo que sientes, por el viajero, por el maquinista, por los acompañantes, por los que están, por los que no pudieron, por los que no quisieron.
Es mi experiencia solamente, pero me ha quedado muy claro quién me importa y cuánto. Cuando enmudece la garganta es el ahogo quien canta. Qué poquito pesa la frecuencia en el trato, qué rápida se desvanece la risa. Qué potente el escalofrío. Qué certeza persistente.
El valor, en las malas, en las buenas la jarana. La última reúne. La primera une.
Disfruta en tu viña.