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Opinión

Bendito sexo

+  Somos cuerpo y todas las experiencias humanas están medidas por el cuerpo, también la espiritualidad y nuestra relación con Dios. La “Palabra se hizo carne…”, dice Juan en su evangelio sin ver la carne con recelo ni con prevención, sino como espacio donde Dios habita.

+ A lo largo de la historia ha habido dentro de lo eclesial una tendencia a ocultar, culpabilizar, prohibir todo lo referente a la sexualidad humana con una interpretación moralizante de los textos bíblicos, que ha llevado a culpabilidades y dolores de alma. Hoy no lo vemos así.

+ Se trata de poner de relieve la relación del mundo divino con la fuerza creadora y vital que representa la sexualidad. Haciendo una relectura hedonista de la Biblia que sepa destacar y valorar lo placentero. Y al sexo como creación de Dios que recibe de Él una mirada benevolente a pesar de sus desviaciones y manipulaciones.

+ Desde la niñez nos han construido un Dios hierático, sin placer, sin gusto por la vida, sin ternura ni afectos. Un dios –más bien un ídolo-  que nos ha cargado de culpa y vergüenza por algo tan esencial para nuestra vida orgánica y emocional. Un dios que enjuicia para premiar y castigar y que colocaba el dolor, el sacrificio y el sufrimiento como el único horizonte de la espiritualidad e imprescindible recurso para llegar a Él.

+ Una lectura hedonista y positiva de la Biblia apela al lenguaje del placer-encuentro para expresar la relación que Dios quiere tener con la humanidad. Caminar con los humanos haciendo que sean felices es lo que más agrada a Dios. Hoy nos alejamos de una espiritualidad basada en satisfacer sacrificialmente a Dios y su voluntad legislativa a otra basada en el encuentro placentero con el ser humano. Una especie de apego emocional y placentero entre el Ser Supremo y la humanidad.

Ya desde el Génesis comienza a manifestarse un Dios que antes de advertir donde está el mal, invita a gozar y a ser felices con su creación: que en lugar de pedir sacrificios camina con las personas en su búsqueda de encuentro y justicia, que en lugar de atemorizar y castigar con normas morales, nutre, protege y pide la alegría y la felicidad de vivir. En muchos textos el placer, el deseo y el erotismo tienen un gran papel como vía de acceso al Misterio divino.

La dimensión teológica no es extraña al amor humano sino que le es connatural. En cada tipo de amor brilla una luz de la presencia divina. El canto al amor esponsal del Cantar de los Cantares se relee a la luz de la encarnación del Verbo de Dios: la riqueza del símbolo nupcial se hace eco en el amor esponsal de Jesús con la humanidad, en la indisolubilidad de su amor por todas las personas.

Jesús vive su masculinidad no de un modo deshumanizado, ni su soltería de manera ascética sino de una forma abierta, sana, y afectuosa, libre de los estereotipos y tabúes de su época. Las expresiones de su sexualidad reflejan a un varón sin miedo a no ser reconocido socialmente por ser célibe. Un hombre abierto al placer de compartir la vida, que expresa sus emociones con todos los que se encuentra y estima, convencido de que a los ojos de Dios, el ser plenamente humano con uno mismo y con los y las demás es lo único importante en su proyecto.

Hay que educar a las nuevas generaciones y los futuros creyentes en el aspecto positivo de la sexualidad como donación, comunicación interpersonal, como vía vital para abrirse a la trascendencia, como experiencia de compartir el cuerpo y el espíritu, como aliento de Dios ante las dificultades de la existencia, como participantes de su poder creativo. Sexo y vida están unidos, es la expresión más completa de la entrega amorosa.

Amemos el don divino de la sexualidad. Bendigámosla. Bendito sea nuestro sexo por siempre.

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