El refranero suele ser sabio, aunque en ocasiones no termina de atinar. La dicha fue buena, pero llegó tarde, demasiado tarde. Veinte años son demasiado tiempo para hacer justicia al pionero de la etnografía moderna en Salamanca. Ángel Carril, una figura agigantada progresivamente en el ámbito académico, ha sido ninguneado hasta lo indecente por esta ciudad experta en triturar lo propio. ¡Pero si hasta la Diputación acabó eliminando su nombre del Centro de Cultura Tradicional!
Para la ciudad ha sido vergonzoso e hiriente que Valladolid y León, de distinta manera, hayan ido por delante al reconocer públicamente que en Castilla y León hubo un adelantado a su tiempo en el estudio de la antropología cultural. Cuando lo tradicional se extinguía sin remedio al pasar, como consecuencia del desarrollismo, de una sociedad rural y empobrecida, económicamente atrasada, a otra urbana, abierta a Europa y rápidamente enriquecida, saltaron los mecanismos de defensa. No podía permitirse que, por ese cambio tan brusco que España experimenta en poco más de una década, se perdiera un acervo cultural tan ingente y valioso. Etnógrafos y folcloristas, con una libreta, magnetofón y cámara de fotos, recorrieron los pueblos para recopilar todo aquello que durante más de un siglo se había transmitido oralmente. De lo contrario se habría perdido para siempre. Y Ángel Carril, visionario en la acepción más noble del término, fue el primero que lo hizo por estos parajes. Joaquín Díaz, el referente de la música tradicional en nuestra área cultural, lo reconocía en el homenaje del Liceo.
Efectivamente, el Liceo fue escenario de un homenaje multitudinario promovido por el Ayuntamiento de Salamanca, junto a Cefe Torres en la organización, para recordar la figura y trayectoria de nuestro etnógrafo en el vigésimo aniversario de su muerte prematura. Allí estuvieron quienes debían estar y faltaron los que tenían que faltar, como la Diputación, cuya ausencia, en este caso, la dignificó. La provincia estuvo muy bien representada con los dulzaineros de Macotera, el Baile de la rosca de Villavieja, el pandero de Peñaparda, Salmantinidades y otras presencias que por la escasez del espacio no podemos mencionar. Ellos sí que querían a Ángel Carril.
El acto fue conmovedor, con momentos realmente espeluznantes. Oír cantar a Santiago Huete el romance de Los mozos de Monleón, eriza de verdad los vellos. Escuchar la voz entrecortada, por la emoción persistente, de Rosa Lorenzo, la persona que más tiempo compartió con Ángel en sus investigaciones y trabajos, las aventuras editoriales vividas con José Antonio Sánchez Paso o los recuerdos de Manolo Berrocal, aunque fuera en la pantalla, emociona incluso a quienes no tuvimos la ocasión de compartir la cercanía de este hombre apasionado con el folclore salmantino. Mi referencia para la etnografía fue siempre Francisco Rodríguez Pascual, alter ego de Carril en Zamora. Él le quería con locura, como a un hermano pequeño al que sobrevivió cinco años. Y su palabra es de ley. Fue un grande de la etnografía nacional, pionero con sus métodos, exportados a otras provincias de nuestra geografía, un hombre de vida intensa, a veces complicada, que se fue cuando aún le quedaba por dar mucho a nuestra cultura tradicional. Veinte años después Salamanca se lo ha reconocido. Tarde, bien… esperemos que sea para siempre.
1 comentario en «Ángel Carril, la pasión por la tierra»
Excelente crónica,.
No sé puede decir más, en tan poco espacio.