Qué bonitos derechos se están quedando, ante una sociedad que chilla en las redes y no en la calle. Qué cobardía la de un país que permite el sufrimiento de niños, niñas y adolescentes, mientras celebra derechos fundamentales de la infancia y no se le cae la cara de vergüenza mientras lo hace.
Este mes de noviembre, preludio de fiestas donde la hipocresía se hace presente mientras todo el mundo es bueno, viene cargado de fechas para pensar qué está pasando.
Derechos de la infancia, cuatro palabras que suenan potentes cuando se vulneran a diario, pasando por encima de mentes jóvenes que ya no volverán a ser los mismos, si sobreviven a ello.
Niños sin derecho a defensa y si lo hacen, se vuelven culpables, mientras la sociedad que mira para otro lado juzga y ejecuta su sentencia. Otros que ni si quisiera se defienden porque ya han perdido tanto que lo único que les queda, la vida, ya no les importa demasiado y adolescentes que pagan las consecuencias de años de acoso escolar u otro tipo de abusos, mientras quien debe asumir responsabilidades, se lava las manos como Poncio Pilatos y la justicia solo aparece en algún libro lleno de polvo y olvidado en la estantería de una biblioteca ya abandonada.
Llenamos nuestra boca con derechos y nuestras acciones con cobardía e hipocresía.
Aun así, seguimos inmersos en crear silencios, desviando el tema y asumiendo otros menesteres, que evadan a un mundo imaginario en el que no exista violencia, ni hambre, ni gente durmiendo en las calles, ni dolor, en el que las lágrimas sean de alegría y felicidad.
Algo imaginario que haga soñar con infancias felices, con juegos interminables y con adolescentes viviendo la vida que merecen vivir.
Destinos que deben seguir sus caminos y no los caminos que otros le imponen a base de miedo y golpes.
En el día internacional de la infancia no queremos más juguetes rotos, ni niños, niñas y adolescentes que pasen miserias y dolor en las aulas, casas, calles y ámbitos que deberían de tornarse seguros, porque el compromiso de quienes tienen que velar que sus derechos se cumplan debería ser un compromiso firme, recto y marcado por una prioridad que no debe pasar a segundos planos, ni anteponerse a intereses creados ajenos a lo que verdaderamente es importante: la felicidad y protección a niños, niñas y adolescentes.