Todo aquel que haya comprado algún cacharro, más o menos tecnológico, sabe que su longevidad depende en gran medida de un correcto uso y mantenimiento. Unos ejemplos.
Para comenzar, el común automóvil. Si hacemos con él aquello para lo que se supone ha sido concebido, tendrá una kilométrica vida. Queremos que nos transporte del punto A al punto B. Comprobamos que tenga combustible para completar tal tarea y ya. Al principio no hay que hacer absolutamente nada más. Punto A, combustible, punto B. Fin.
Con la suma de distancias y soles necesitará un poquito de atención. El aceite, los filtros, una tuerca por allí, un líquido por allá, etc. Nada sorprendente. Si tienes uno de menos de 57 años, ni siquiera has de preocuparte por recordarlo, Un pitidito taladrará tu oído con tiempo suficiente para que puedas seguir operando con él con eficiencia.
Vamos con algo más doméstico. Una plancha. Su mantenimiento es prácticamente nulo. Solo hay que tener cuidado con un par de cosas. Agua para que no se queme y utilizarla solo lo que hay que utilizarla para que… no se queme. Quiero decir que si la cogemos para planchar, enchufandola en el momento en el que vamos a planchar y una vez planchado lo que haya que planchar desenchufamos la plancha, podremos planchar con la misma plancha durante muuuucho, mucho tiempo. Úsese así y consérvese en lugar limpio, fresco y seco.
Trabajar por debajo de sus posibilidades no le va nada bien. Al mínimo también sufre y no es efectiva, en reposo, gasta y peta. Está concebida para moverse sobre surcos textiles, nada más. Es un aparato intenso, de entrega explosiva de calor durante el menor tiempo posible. No es un radiador para templar la sala, puede hacerte unas lonchas de bacon, sí, pero el colesterol le pasará una factura más cara que a ti.
El último ejemplo es quizá el menos sofisticado de todos. Solamente dos piezas, generalmente de distinto material. Yendo a los clásicos, cuerpo de madera y puño de hierro encajados con precisión nanométrica. El martillo. Recién comprado parece una herramienta indestructible. Pensada para golpear una y otra vez, inasequible a la debilidad. Hasta que un día, quizá por su exigido desempeño, quizá por la propia naturaleza de las cosas, asoma un pequeño desajuste. Quizá porque la madera ha menguado, quizá por un exceso de ímpetu, hierro y leño dejan de ser uno.
Al agua, para que la madera hinche. Se pudrirá. Una cuña para que aumente la tensión y vaciar el espacio. Su estructura perderá solidez. Culparemos al mango, pero no habrá otro que encaje mejor que el original.
Paradojas, a nosotros nos pasa lo mismo. Sin buen uso ni cíclico mantenimiento, habrá kilómetros que no podremos recorrer, nos obligaremos a la arruga y nos veremos con un palo en una mano y un hierro en la otra.