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Opinión

Asunción Escribano: invitación esencial a la belleza

Asunción Escribano. ARCHIVO.

He regresado a la poesía de las estancias preferentes, donde una docena de poemarios ocupan ese lugar exacto para el permanente encuentro. Un espacio que recrea y construye un refugio habitado por las calmas trasparencias del silencio.

Por eso es fácil escuchar el grito que surge de esa sapiencia oculta, que nos comunica con los trasfondos que hacen posible que fluya la belleza, irradiando necesidades y sentimientos…

Otra vez, a través de Acorde descifro sueños de latidos anteriores en esa poeta universal, que se hace mía, como tantas otras que se desnudaron bajo el influjo del rito magistral, que sintoniza etéreamente el indicio del abrazo.

Es emocionante descubrir a esa amiga, hermana del alma que es Asunción Escribano, espigando con sumo mimo pedazos de existencia, para programar esa cita intemporal, que nos reúne en los recintos más selectos donde acicala esperanzas y anhelos la quimera.

Necesitaba un lago de palabras donde ahogarme en su beldad. Dejar los tercos renglones que aunaban sin rigor baldío el verso —pobre cosecha—, en ese anochecer quebrado por los aullidos de los monstruos, que cercaban, como tantas veces, los contornos donde enhebra la poesía, sobre los vestigios de otras horas derramadas, un remanso autocomplaciente de paz y sensaciones.

Por eso, Acorde suavemente golpeaba, cual letanía de susurros, con delicadeza desmedida en el fondo estructural de los adentros.

Después de que este joyel literario fuese reconocido con el prestigioso premio Fray Luis de León, sí, ya sé que los poemas poderosos de Asunción Escribano han seguido iluminando el amanecer más soleado de sus afanes creativos, entre Salmos de Lluvia y cantos bajo el hielo.  Sí, ya sé que la poeta, existencialmente, ha vuelto a exhalar alientos metafóricos en las frecuencias de una necesidad inextinguible que la posee, a través de ritmos selectos de fragilidad y ternura, cuando el ensueño puebla con verdad la inspiración y su palabra.

Pero Acorde, sigilosamente, con eternidad de amigo, se hace cómplice retratando el atardecer de mis zozobras: La tarde es una garza/ que reposa/ sus patas sobre el césped/ y lo baña/ con su sombra.

Entre tanto, siguen en danza de puntillas las horas sobre las esplanadas del silencio, hasta sentir que Hay un temblor de olivo/ sobre el polen blanco/ de su nombre.

Es tan concreto en difundir la hermosura intocable este poemario que, sin apenas percibir la mutación sensorial de lo más extraño, vas penetrando en el papel licuándote en sus tintas hasta pertenecer a las dimensiones de su oasis.

Acorde es uno de esos libros que pueden convertirse en manual para revivir, en el tuétano de sus contenidos, la anexión de nuestra silueta a las arboledas cíclicas de la emoción, para recobrarnos en cualquier primavera, esperanzados en ser de nuevo amantes secretos de la vida.

Detener el pulso y abandonarse al néctar emocional del verso que surge de esta maestra del lenguaje, es renacer sobre el latido de los tiempos, que se empeñan en que habitemos las frecuentadas comarcas del tedio y la apatía.

Hay una luz herida/ en la distancia/ de un país donde se incendian/ los nombres/ al rozarlos.

Acorde, de Asunción Escribano, publicado en el 2014 por Visor, puede ser el autorregalo que, simplemente por vivir, nos merecemos.

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