No estaba previsto, pero las filtraciones precipitaron el anticipo y hace unos días, por fin, se anunció que Florencio Maíllo es el autor de una obra grandiosa que pronto quedará expuesta en la Catedral Nueva de Salamanca. Daniel Sánchez, canónigo emérito que en gloria esté, fue el promotor y mecenas, hace varios años, de un proyecto iconográfico destinado a mostrar el mensaje salvífico con tres enormes cuadros a instalar en los muros de la girola. Tres pintores recibieron el encargo y a finales de septiembre se colocó discretamente la primera obra, en el lado del evangelio. La diócesis apenas le dio importancia y tampoco lo haré yo. Ahora presentan la segunda y, cuando consideren, informarán sobre la tercera. No destripo la noticia.
Me quedo con la de Florencio Maíllo. Tuve el privilegio de admirarla en el taller, cuando la pintura todavía manchaba, y fue una experiencia espiritualmente sobrecogedora. El empequeñecimiento resulta inevitable al contemplar y adentrarse en una obra que supera los treinta metros cuadrados de superficie. Se comprende el sufrimiento del artista durante los dos años largos que ha trabajado en ella. No todos pueden enfrentarse y salir airosos ante un reto tan complejo. Hay que ser un artista muy poderoso para llenar con acierto el trasaltar de la catedral. Florencio Maíllo cuenta ya con experiencias creativas de gran envergadura, como la de convertir su pueblo, Mogarraz, en museo al aire libre con los retratos de sus habitantes.
Ahora nos muestra una obra de largo título, sugerido seguramente por su amigo y paisano Antonio Cea, el antropólogo al que Maíllo acude cuando aborda la temática religiosa. Con él ha dotado a la pintura de hondura teológica y un exquisito simbolismo fundamentado en la tradición. El pensamiento ante el misterio de la creación, redención y resurrección, el título, compendia el contenido. La referencia a Rodin, con El pensador, es el punto de partida para crear una obra compleja con tres temas integrados en composición única que sintetiza el misterio de la redención.
Hay pocos personajes, pero grandes, colosales, poderosos, que recuerdan al Greco y a otros grandes de nuestra tradición pictórica. Efectivamente, en esta obra Maíllo se retroalimenta y bebe en las fuentes del naturalismo para llegar al pueblo. Es una pintura religiosa para la catedral. Después, es verdad, desdibuja formas y rompe los espacios con sus característicos elementos metálicos. La elusión del informalismo matérico que le llevó a sus logros más sonados como artista resultaba inevitable. Por ello se identifica su obra y, en este caso, aflora con las celosías antepuestas que separan ámbitos, las velas que iluminan la Pascua y las puntas de flecha ensangrentadas que disgregan las palabras, en la zona del crucificado, y son estrellas y metralla que unen el sacrificio de Cristo al dolor provocado por la brutalidad de la guerra, ahora en Ucrania.
Pintar para la catedral implica siempre un riesgo para el artista, mas en este caso, creemos, Maíllo ha resuelto con solvencia el compromiso. Cuando su obra quede expuesta será un activo más para la catedral. El impacto puede ser brutal, porque la magnitud impone pese al espacio, pero lo bueno siempre se asimila y, pese al contraste de épocas y estilos, acabará siendo uno de los lugares en los que todos pararán para admirar una pintura realizada en el siglo XXI por uno de nuestros pintores más reconocidos.
Fotografías. David Arranz/ICAL
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