Opinión

La semana del odio

Un hombre en el agua. Imagen. Julian Wan. Unsplash.

Por comenzar por algún lado, si no has leído 1984, procede. Te dejará un cuerpecillo genial descubrir la cantidad de dosmilventidosidades (mil perdones si te acompaña la dislexia) que aparecen en esas líneas escritas un poquito antes del año del título. (Ejem).

La idea de la semana del odio particular, a diferencia de lo que propone Orwell me parece una fantástica idea. Escribo estas líneas en el día tres de tal lapso de tiempo. En lugar de gritar ¡Goldstein! ¡Traidor! o ¡Muerte! Siempre se puede proceder a pensar algo así como: “me hago popó en mi vida”, filosofar sobre el hípergonadismo existente en la sociedad o la puntual e inocente insaciabilidad del ego y la necesidad de quienes nos rodean. Siempre con cautela, somos el otro o uno de los demás para todos excepto para uno mismo.

La terapia reflexiva, según unos datos que me estoy inventando en tiempo real, no suele estar recomendada en estas circunstancias y mira que soy fan de masticar con materia gris sin esmaltar. En este caso está más bien contraindicada. El riesgo radica en que te des cuenta de que tienes razón, que tu vida, que la de los demás, que la confluencia de unas y otras tiende a aportarte cíclicas escoceduras, y eso que claramente nadie quiere, podría empujarnos a la caverna, a la imparidad total, a la unidad última.

Y no es verdad. Claro que debemos querer rozarnos, discutirnos, pensarnos, creernos, crearnos, querernos y tocarnos aun a riesgo de heridas. A veces sí, es una duplicidad de potasio, elemento químico de la tabla periódica cuyo símbolo químico es K. Por cierto, 358 mg por cada 100 gramos de plátano. Hay que quererse, y ya.

Mi terapia ha sido tirarme a la piscina. Metafóricamente, como es habitual he bajado por la escalera de forma nada épica, casi me parto la espalda de adolescente lanzándome de cabeza y claro, uno le coge cierta fobia al dolor.

1980 metros tratando de avanzar con brazos y piernas, apoyándome en la densidad del agua, aprovechándola para empujarme, flexibilizando el tronco hasta notar esos músculos de los que solo te acuerdas cuando los estresas, sincronizándome a la perfección para coger aire siempre con la cabeza fuera del agua, alternando brazada y patada, con las manos en pose de oración a la altura del mentón, etc. Una ejecución bastante digna en mi nada profesional opinión teniendo en cuenta que jamás me he visto nadar.

Invierto el largo 100 para la disfrutona técnica del nenúfar. De espaldas y a flotar. El avance es irrelevante. Simplemente sucede. Con mínimos movimientos de brazos o piernas. Básicamente tienes que llenarte de aire.

Y aquí la parte interesante que puedo compartir contigo. Masterclass en 20 metros. Para acumular rápidamente palmas en la pared es necesaria la ayuda de todo tu cuerpo. Para mantenerte a flote basta con llenarte de aire.

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