Cada ciudad elige el modo de promocionarse de cara al exterior para atraer turistas.
Unas tienen encantos heredados de un pasado esplendoroso, otras aprovechan su entorno natural y ubicación y otras dan con una idea que proyecta una imagen amable que sirve como reclamo allende sus lindes.
Otras, aun teniendo alguno de esos recursos, se empeñan en dañar su imagen, porque no saben aprovechar lo que de valor tienen y centran su estrategia en convertirse en un foco de atracción del turismo low cost y de borrachera.
Es el caso de Salamanca, ciudad Patrimonio de la Humanidad que solo por eso ya pertenece al mundo, ni siquiera a los salmantinos ni a su ayuntamiento o a la asociación de hosteleros.
Eso nos sitúa en un nivel superior, nos proporciona prestigio, turismo y dinero, aunque no se sepa explotar como es debido. Pero eso también requiere un respeto por aquello que nos hizo acreedores de pertenecer a ese selecto club.
Que una ciudad como Salamanca, que deja con la boca abierta a quien la visita, solo encuentre repercusión exterior por sus fiestas zafias, donde se fomenta el consumo de alcohol a cascoporro y otras sustancias estupefacientes, lo dice todo.
Y todo también sobre la capacidad de los rectores de la ciudad y sobre las fuerzas vivas salmantinas, entregadas, cada uno por sus intereses, a un lobby que ha convertido el centro en una gran tasca, para regocijo del concejal de Tabernas y Varietés.
Se vive, cada vez menos, de un prestigio universitario que ahora está bastante diluido en un mercado académico tan amplio y competitivo, y nos vamos quedando solo con las fiestukis de los universitarios, fomentando la cultura de la borrachera.
Y podría ser peor si con estos abusos perdemos el sello que aún nos respalda como destino turístico de interés. Qué pensarán en los despachos cuando vean “en todo el mundo” lo que hacemos con la Plaza Mayor, nuestro principal monumento.
Maltratamos a nuestro símbolo monumental y además nos jactamos de comportarnos como bárbaros culturales. Convertir el principal reclamo en un fiestódromo no contribuye a reforzar nuestros méritos para conservar el título de la Unesco.
Cuando te conviertes en un abrevadero, corres el riesgo de que te vean como un after sin hora de cierre, un Magaluf de interior en un escenario monumental agraviado con cada mamarrachada que tiene que soportar.
Los festivales de música, los macrobotellones, las verbenas y las varietés deberían salir de la Plaza Mayor, salvo casos excepcionales, para no empañar su imagen y la de Salamanca, cuyo símbolo principal aparece asociado a un contenedor de mamaos dispuestos al desfase, atraídos por la bonificación de las bebidas alcohólicas en los bares de copas, que andan de capa caída.
El decorado del bar, desde luego, es inmejorable. Y si, además, la fiesta la pagamos todos (limpieza, seguridad, medios sanitarios,…), negocio redondo.
Si la Nochevieja Universitaria se lleva a La Aldehuela o al Multiusos queda reducida a lo que es, una excusa para tajarse, pero en la Plaza Mayor, con gominolas y gorros de Papá Noel, puede convertirse en un evento allende las lindes, incluso salir en los noticieros, como si fuera una hazaña inocua.
No se trata de promocionar la ciudad, ni de fomentar la economía local, porque se mire por donde se mire, la publicidad no es la más conveniente, sino de llenar los bares de copas a cualquier precio, aunque sea arrasando la imagen de ciudad patrimonial de Salamanca, que, hoy por hoy, no puede aspirar a otra cosa mientras a nadie se le ocurra una de esas ideas que nos conviertan en un reclamo desde el exterior.
— oOo —
1 comentario en «EDITORIAL / Turismo de gominolas»
Completamente de acuerdo con vuestro editorial. Somos muchos, cada vez más, los que nos desesperamos viendo cómo los políticos arrojan al arrollo nuestro bagaje cultural y nuestro prestigio, para satisfacer las peticiones, cada vez más agresivas de unos hosteleros que se han hecho con la “manija” de hacer dinero fácil con un concejal cuando menos “peculiar” (por ser generoso en mi apreciación). A un lado quedan los derechos de los ciudadanos de a pie que contempla como les expolian sus espacios con terrazas vacías, perjudican su descanso y convierten en insegura una ciudad que hasta no hace mucho era ejemplo de convivencia y prestigio. ¡A disfrutar lo votado!.