El charro gachupín sentía vértigo por la velocidad del tiempo y ya había entrado en el club de los 60. Su mujer lo había dejado por un funcionario municipal y hacía tiempo que no se jalaba una rosca.
La mayoría de sus amigos también habían pasado a ser sujetos pasivos del generacidio laboral. No estaba ni parado ni trabajando. Formaba parte de las estadísticas de personas activas sin trabajo pero que los hombres de negro no permitían ejercer profesión alguna. No era nada, no era nadie.
El caso es que nuestro anónimo héroe había pasado de una actividad frenética a la caza furtiva de gamusinos.
Cada día los observaba e iba anotando donde se escondían, también sus movimientos y horarios y una vez por semana sacaba su arma última generación regalada hacía mucho tiempo por el día del padre y no dejaba títere con cabeza. Se había convertido en un auténtico depredador.
Pero un día llegó el diablo vestido en forma de mujer y ante la suma necesidad, la condujo hasta el dormitorio principal. Allí la hembra mostró todos sus encantos, un leve contoneo, un movimiento sexy de pestañas, una sonrisa y fue desnudándose poco a poco mostrando ahora los brazos, después los hombros y cuando lentamente avanzaba, se le cayó un botón de la falda que fue a rodar bajo la cama.
La fémina se agachó para recuperarlo y no pudo encontrarlo entre la espesa flora y fauna. Enfadada le espetó que ella era muy limpia y que allí había más gamusinos que lobos en Wall Street, dejándolo con la miel en los labios y los ojos como platos.
Desde entonces, nuestro ínclito personaje sueña con el hombre de la Mancha y se dice así mismo, los tiempos aceleran y atropellan, aspira, respira y transpira, que los gamusinos no se piran.
Hoy, dieciocho de diciembre de 2022, un informe policial afirma que este madurito, ha dejado la caza furtiva sacando la licencia correspondiente y como prueba de ello aportan una carta a los Reyes Magos interceptada a tiempo en la que pide una Roomba. Dios dirá.
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