Opinión

Queridos políticos de cabecera

Congreso de los Diputados.

Me rindo ante esta insufrible caterva de políticos que se mofan descaradamente de la tontuna general, que, poblando los condados de la pereza, hace posible que la gran mayoría silenciosa ya solo se preocupe de los complicados asuntos de cuello adentro. Ya ni solicito al venerable apóstol de la paciencia ni medio segundo para recomponer pensamientos ni propios raciocinios.

La izquierda parlamentaria, demoledoramente, ha pulido tanto las diferencias que le daban cuerpo, que ahora forma parte de esa élite rendida ante el poder y el pastamen que reconvierte ética y moralidad, en ridículas justificaciones que tratan de cubrir traiciones y desvergüenzas.

Es tanta la cara dura de estos vulgares monigotes de medio pelo, que muchos compis de pupitre de aquellas escuelas de la vida de los setenta, nos hemos tatuado el Sahara y la frontera de Melilla como talismanes recordatorios, para no ceder a más chantajes mentirosos cuando estemos a medio paso de las urnas.

Pero recordar a quienes atizan los pucheros electorales en los fogones refulgentes de la derecha, es otro lujo que no ansío permitirme, por temor a caer en esa trampa de los ecos que multiplican esperanzas, después de haberse bajado de las naves estelares de las corruptelas, que sirvieron para apañar elecciones y, con ellas, convertir el poder en oficinas de amaestramiento y colocación de acólitos y todo tipo de cercanos aprendices.

¡Ay la bendita casta de nuestras cuitas! que bendice a los unos y a los otros cual, si fueran palabreros, que bregándose en batallas electorales convierten milagrosamente alcornoques en ministros de la cosa suya.

Y mientras tanto ahí tenemos a estos mentecatos de la cosa pública ansiando desjusticiar a la justicia. Unos y otros —es paño para el mismo traje— necesitan meter a cómplices y compadres en el engranaje judicial para ir adaptando fechorías y oscuras maniobras a un hogareño sistema judicial que sea cómplice de gustos y necesidades.

Lo de que la ley es igual para todos, como matraca constitucional suena a gloria, pero solamente recordar las andanzas del que fuera todo un rey, es como para montar nuestro propio funeral o para perdernos por unos cuantos kilos de bosque entonando el mea culpa.

Otro gallo cantaría en el corral de las cuestiones patrias, si todo ese ejército de delincuentes del tinglado público se tuviera que someter a la justicia provinciana, sí, a la que por toda España pone la música de la ley como única partitura para creer que todavía es posible el estado de derecho. Esa música que suena, en los aledaños de la plaza de Colón de Salamanca, asiduamente frente a todo tipo de burlas o cachondeos al derecho a convivir bajo normas y costumbres. Que puede haber algún fiscal o juez crónico en tibiezas, seguro, pero el baile general que se monta en esas salas que acojonan, es de lo poco que me sirve para creer en que alguien puede un día defender las uvas de mi viña.

Aquí lo que falla es el patinete patrio que circula conquistando el mamoneo secular en las alturas, y eso, la verdad, con tanta crispación, apenas tiene ya tintes de arreglo. Claro que ahora estamos en vísperas de beber promesas electorales que traerán en bandeja lo que esperamos escuchar y eso es fácil que pueda llevarnos de nuevo al huerto.

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