Para estos días navideños y para todos los días del año tendríamos que revivir nuestra olvidada infancia, no sólo porque si llevamos la infancia con nosotros nunca envejeceremos si no sobre todo porque en aquellos años felices se forjó nuestra personalidad, nuestros proyectos y deseos y vivir hoy con atención y felicidad depende en gran parte de no olvidarlos ni soslayarlos.
Pocos y pocas veces recordamos y actualizamos que todos los adultos fuimos niños, tendemos a ignorar aquella infancia en la que éramos débiles y llenos de necesidades, en la que dependíamos totalmente de los que nos cuidaban. Y sin embargo allí se cocinaron nuestros mejores deseos, experimentamos las mejores emociones y sin darnos apenas cuenta empezamos a proyectar el resto de nuestra vida.
Dijo Aristófanes que “la adultez-vejez es nuestra segunda infancia”; y, en efecto, seríamos más nosotros mismos si conectásemos de nuevo con nuestros primeros años ejercitando aquella confianza y seguridad en los demás con la que nos abandonábamos en los brazos y cuidados de los que nos rodeaban. No en vano lo que uno ama y descubre en su infancia lo guarda en su corazón para siempre y el resto de los años será pura repetición e inspiración.
Afirmaba nuestro Picasso “que se necesita mucho tiempo para llegar a ser niños…”. Mucho tiempo y mucha dedicación tratando de resetear nuestra situación actual con aquellos sentimientos y valores de los años infantiles. Se necesita mucho esfuerzo y tensión para conservar los ojos de niños, para otear nuestra circunstancia de hoy con aquellos mirada asombrada y agradecida con la que empezamos a tocar el mundo.
Los adultos somos niños y niñas inflados por la edad. Con el tiempo nos inculcaron que teníamos que crecer y ser mayores, que la vida no eran aquellas ilusiones y gozos, que aquellas iniciales y efímeras lágrimas se cambiarían en actitudes serias y tristezas insoportables, que aquellos juegos se volverían responsabilidades y cadenas opresoras…que nuestra vida de mayores sería bien distinta. ¡Qué equivocada pedagogía…! En lugar de hacernos ver e inculcarnos que “la única patria que tiene el hombre es su infancia…”, (Rilke)
Yo me siento feliz en la actualidad en gran parte por haber recuperado desde hace tiempo aquel niño que me hicieron ser, relativizando actitudes y valores de la sociedad presente, superando adulteces vanas y seriedades falsas que no ayudan en las relaciones personales.
Me río mucho. Conservo el buen humor. No dejo de asombrarme por tanta bondad encontrada. Sigo confiando en todas las personas. Y no me cuesta pedir cariño y otras necesidades cuando se me presentan. Así voy experimentando lo que también decía Goethe que “la vida es la infancia de nuestra inmortalidad…”.
Estoy contento porque por fin he llegado a lo que quería ser de mayor: un niño.
“Nací para niño-niño
y me quieren hacer hombre,
quieren que vaya a la Escuela
para aprender sus lecciones-
Que me castiguen si quieren,
¡pero no quiero ser hombre…¡
(Jesús Tomé)