Pablo de la Peña -fotógrafo- y Francisco Blanco -ex director del Instituto de Identidades- conversan pausadamente sobre fotografía en blanco y negro, revelado de carretes y cómo se fraguó la exposición de 13 fotografías que el primero tiene en la cafetería del Casino de Salamanca.
«No puedes tirar un carrete en cada fotografía». Así, con contundencia arranca la conversación entre el fotógrafo y el ex director, quien responde diciendo que le fascinan «los juegos de líneas» que se ven en las imágenes. «Creo que tienes una mirada muy especial. Creo que eso es lo que determina si hay detrás un artista o no. Tu ojo es muy identificable».
«Es un reto desde el principio, desde que pones el carrete en la cámara. La idea era tener contacto con un laboratorio. Participar en el proceso del revelado, positivado,… Luego le di forma a la exposición», explica Pablo de la Peña.
«¿Qué es lo que nos has querido contar, Pablo? ¿O son miradas?», pregunta Francisco Blanco. «Me gustaría decirle al que las mira, que estas fotografías son analógicas, que hay detrás un proceso químico».
«Pero, Pablo, eso no lo percibe el espectador, a no ser que tú estés aquí y lo digas. Es más, creo que para el que mira las imágenes eso no tiene ninguna importancia. Para ti sí, porque ha sido un reto personal, de control de una serie de dificultades que con la fotografía analógica se te ponen delante y con la digital ya no. La pregunta del millón sería: ¿Quién te manda a ti complicarte la vida, con lo fácil que es la digital?».
«Primero, Paco, la digital no es fácil. Vamos a romper tópicos».
«Hay cosas que con la digital puedes rectificar y con la analógica, no. Por ejemplo, si una imagen te sale torcida, la puedes enderezar, con ésta no», matiza Francisco Blanco.
«La fotografía digital te permite rectificar y la analógica, corregir en el proceso», puntualiza Pablo de la Peña.
El fotógrafo asegura que en el primer carrete que tiró, fue buscando la sorpresa en el revelado. En el segundo, quería determinados momentos, como el pájaro que asoma por la cornisa de un edificio. «Al principio, pretendía una fotografía muy limpia, minimalista… Luego vi que podía darle un poco de vida».
«Está bien que aparezcan esos elementos, porque si no fuera así, sería como muy fría», apunta Blanco.
«Sí, pero iba buscando la fotografía alemana, muy sobria. Por ello, he tenido que dar muchas vueltas, porque no quería la Salamanca monumental. Ni siquiera que se reconociera la ciudad. No es una exposición de Salamanca. Eso quiero que quede claro», aclara Pablo de la Peña.
El fotógrafo explica lo que ha vivido desde que puso el carrete hasta que el espectador ve las imágenes en la pared de la cafetería de El Casino de Salamanca. «Es un mundo de emociones continúo, porque según vas positivando la fotografía, vas viendo otras luces, sobras,… y se potencian otras cosas. Vas creando hasta que acabas. No es lo mismo, mandar el carrete a un laboratorio, que estar tú allí. Es lo que quería. Junto a Claudio de la Cal he estado en todo el proceso, con alguna de las fotografías hemos estado una hora o más».
«Tiene un primer paso que ya te sitúa. Cuando revelas la película, ya tienes algo. Cuando digo que vivimos una involución, es por algo. Retomamos líneas creativas», señala Blanco.
«Eso es. La fotografía analógica es plena vanguardia del arte contemporáneo, como concepto artesanal, porque te da un juego creativo. Un ejemplo en Salamanca es Leonor Benito de la Lastra, que se apoya en la fotografía química para hacer unas abstracciones de lo más modernas, conceptuales y actuales. Otra cosa es que la fotografía química haya quedado atrás en el mundo de la prensa digital. Eso es otra historia. Por la inmediatez, por la limpieza del proceso,…», explica el fotógrafo.
La primera fotografía que captó Pablo de la Peña para esta muestra fue la del edificio de Artes y Oficios de la avenida Filiberto Villalobos. «Es un juego piramidal, con un contrapicado. Ahí, me emocioné con la exposición».
Quería desarrollar la muestra sobre las geometrías, obviando el edificio. Pablo de la Peña buscaba composiciones de líneas y sombras, para ello necesitaba edificios muy modernos. «Tenía poco tiempo, por lo que tiré de recursos y de fotografía clásica que ya había estudiado antes. Una cosa que sí he aprendido es que cuando comienzas un proyecto, olvídate de exponer, acaba el proyecto. En el momento que te marcas una fecha de entrega, el proyecto lo has terminado, has cortado la búsqueda, cuando no tenía que ser así, porque el proyecto puede durar un año o dos. Si anticipas la exposición, te cargas el proyecto. En este caso, encajan bien, porque todo es arquitectura».
«Es un juego de líneas», interviene Francisco Blanco.
«Estoy en un momento de atreverme a hacer lo que me apetece, para eso necesitas tiempo. Hay días que he caminado 20 kilómetros», apunta de la Peña.
«¡Qué tío! Eso es la clave, atreverse. Eres pura emoción, Pablo. Me encanta ver qué haces lo que te gusta», apostilla Blanco.
«Contigo en la Diputación, he aprendido muchísimo. Íbamos casi con lo puesto, una cámara y un flash y teníamos que sacar el trabajo. Me has puesto retos tremendos, ropa, objetos, personas,… en una hora», recuerda el fotógrafo sobre las muchas exposiciones y catálogos que han hecho entre ambos.
«Si algo me llevo, después de tantos años trabajando, es si he podido ayudar a alguna persona», concluye Francisco Blanco.
La sombra de Pablo de la Peña aparece en la última fotografía de la exposición, porque le resultaba interesante dejar un guiño de autor, aunque es muy difícil que eso le llegue al espectador.