Salamanca es la sexta provincia de España que más población ha perdido en lo que va de siglo, un 6,53 %. El interior peninsular se vacía con rapidez y varios pueblos deshabitados se venden en su integridad, como Salto de Saucelle, que se ha ofertado por casi cinco millones de euros. Este pueblo surgió por la construcción del salto destinado a la producción de energía eléctrica, de manera que, salvo el paisaje de las Arribes del Duero, no tiene ningún otro atractivo de tipo histórico, artístico o antropológico. Sin embargo, y esto sí es terrorífico, en estas tierras de tantos y tan pequeños pueblos de origen medieval, la despoblación va a provocar la pérdida irremediable de enclaves que sí poseen un rico patrimonio. La diócesis de Salamanca, sin ir más lejos, ya busca fórmulas para preservar los templos de la destrucción, sin excluir la cesión a la Junta de Castilla y León, aunque no sé si esta podrá abarcar tanto.
Es inviable que Salamanca pueda mantener sus 360 municipios. De muchos, aunque resulte doloroso, en poco tiempo solo quedarán las ruinas y el recuerdo de lo que en su momento fueron. Y tendremos que acudir a las recopilaciones de los folcloristas para hacernos una idea de lo que allí hubo. Hace unas semanas, María Miñambres, que hace años abrió junto a su hermana un museo etnográfico en Rascafría, en el madrileño Valle de Lozoya, presentó uno de esos libros que nos hacen retroceder en el tiempo y contemplar con nostalgia las formas de vida y costumbres de uno de estos pueblos salmantinos a punto de desaparecer.
María Miñambres es de Turra de Alba, una pedanía de Pedrosillo que en invierno no llega a los diez habitantes. Ella nació en los años cuarenta y allí vivió hasta 1956, cuando España estaba a punto de iniciar el desarrollismo. Así pudo estudiar y dedicarse a la enseñanza y a la etnografía. Y nos deja, en esta publicación, un montón de recuerdos que pueden ser los de cualquiera que viviera en uno de estos pueblos occidentales de Salamanca hasta los años setenta. Luego ya fueron cambiando las cosas y no quedaron jóvenes y todo se transformó.
El libro, Cosas de mi pueblo, es un cúmulo de recuerdos personales con los que la autora recrea la sociedad rural anterior al éxodo. Lo escribe con sencillez y agilidad, pero también con el rigor y precisión de quien ha estudiado la cultura tradicional y sabe cómo abordarla. Diríamos que las dos perspectivas propuestas por Marvin Harris para el análisis antropológico, emic y etic, están presentes en la obra.
Ahora que muchos de nuestros pueblos agonizan, como Turra de Alba, llega el tiempo de salvar y atrapar en documentos todo lo que se pueda. La labor comenzada por los folcloristas hace cincuenta años no puede darse por cerrada. Todos los libros, recopilaciones fotográficas o audiovisuales, contribuyen a salvar la memoria de estos lugares a punto de convertirse exclusivamente en Historia. Es lo que ha hecho, con su publicación, María Miñambres, igual que Vicente de Vicente consiguió hace tres años con la poesía.