Opinión

Lo espiritual

Ya es un tópico hoy afirmar que el reto de nuestro siglo actual es el de crear personas éticas con una escala humanizada de valores morales y espirituales. Algo estaremos haciendo entre todos: padres, educadores, iglesias y asociaciones para despertar a la verdadera sabiduría e iluminar con esperanza nuestras sombras.
Aparecen algunos signos que desarrollan el crecimiento personal: el trabajo por la paz y la justicia, la vuelta a la naturaleza, el aprecio por el camino interior, la búsqueda de paz y de silencio, la sensibilidad ante el arte y la belleza, el encuentro amoroso y dialogado entre las personas…

Hoy científicos e inteligencias potencian el crecimiento personal: la base de todo posible humanismo, la dimensión más íntima y plenificante de la realización personal, el camino hacia la espiritualidad que nos proporciona nuestra inteligencia espiritual. Asegura Echeverry que “tarde o temprano nos damos cuenta de que, en la vida, las cuestiones espirituales se convierten en las únicas realmente importantes”.

Y esto más acuciante aún en nuestra sociedad a la que se quiere encaminar por rutas de seguridad consumista y posesiva casi siempre afincadas en el momento presente y en los valores fácticos y manejables: poder, economía, cuerpo, prestigio y el disfrute de todos los placeres sensoriales y hedonistas.

Y sin embargo lo espiritual nos envuelve. Somos espíritus humanizados y son estos valores transpersonales los que pueden dar coherencia y sentido al resto de nuestros quehaceres y rutinas. Si hoy somos menos felices –a pesar de poseer más recursos materiales- quizá sea porque no hemos hecho nuestras las dimensiones del mundo espiritual. También en esta tarea somos algo vagos porque penetrar en lo espiritual exige esfuerzo y atención. Y una actitud distinta ante la vida. “Hay que sacudir el fundamento mismo de nuestro ser para que descubramos algo de esta dimensión por completo diferente…”, (Krishnamurti)

Y purificar esta realidad humana cargada casi siempre de experiencias negativas: la confusión entre religiones y espiritualidad o entre bondad con creencia. Uno puede ser espiritual y bueno sin aferrarse a ningún dogma o credo sectario o religioso.

Hablo de libertad interior, de encuentro con lo que de universal hay en el corazón de las personas cuando profundizamos en la condición humana: ése lugar común que nos une humildemente en el misterio de la vida y de la muerte, en la esperanza de un tránsito final que dé sentido a nuestra pequeñez en la comunión del Universo.

Hoy la gente se aleja de las iglesias-templos porque no halla en ellas una espiritualidad profunda, ese espacio cálido y acogedor que nos sitúa ante el Misterio desde la profundidad de lo humano. Sobran profesionales del rito y de la norma y faltan más auténticos testigos y maestros espirituales.

Me invito, pues, a seguir avanzando en el camino espiritual, a retomar en compañía de todos los seres que buscan lo fundamental de la existencia, el mundo interior, lo trascendente de la realidad “ese mundo invisible que es mil veces más real que este mundo que vemos…”, (Newman)

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