El éxodo del mundo rural a las zonas urbanas, en busca de mejores oportunidades, no es algo de nuestros días. Es un fenómeno que comenzó en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado en nuestro país y consistió en que los habitantes de estas zonas rurales, no tenían reparos en “emigrar” a otros territorios de España, o fuera de nuestras fronteras, en busca de nuevas oportunidades para sí y para los suyos, en busca de una mejor calidad de vida o en busca de un mejor futuro para su descendencia.
Y de aquellos lodos vienen estos barros. Así hoy nos encontramos con una provincia como la de Salamanca que ha perdido 25.000 habitantes en los últimos 30 años y que tiene el 30% de sus más de 350 pueblos en riesgo real de desaparecer en menos de 10 años.
Plantearse vivir en muchos de nuestros pueblos es incluso heroico si tenemos en cuenta, por ejemplo, las malas comunicaciones existentes, el deficiente sistema sanitario, la ausencia de un simple cajero automático en muchos kilómetros a la redonda, el pésimo acceso a internet (en muchos lugares de nuestra provincia el propio acceso a telefonía móvil es nulo por resultar poco rentable a las compañías proveedoras del servicio), la inexistencia de tejido comercial o la falta de otros alicientes sociales y culturales… y así podría seguir enumerando inconvenientes durante varios párrafos.
Y todo ello ante la pasividad de unas Administraciones Públicas sin el menor interés serio en atajar este drama, pues aparte de estudios, congresos y análisis de expertos, la financiación y puesta en marcha de proyectos sólidos y viables brilla por su ausencia. Porque, y sin hacer demagogia con el asunto, la solución a esta despoblación es obvia: conseguir que sea cómodo (podríamos hablar incluso de que sea digno) vivir en esas zonas rurales o al menos que no sea un auténtico calvario que acabe expulsando a sus vecinos lejos de ellas.
Y no estoy hablando, ni mucho menos, de dotar a cada uno de esos más de 350 pueblos que tiene Salamanca de un centro de salud, una sucursal bancaria, un gran hipermercado, una Oficina de Correos y un cuartel de la Guardia Civil. Sino de algo simple pero efectivo: articular unas Cabeceras de Comarca que den un auténtico servicio a los pueblos de la zona, algo que a día de hoy tampoco ocurre. Epicentros comarcales que, bien dotados a todos los niveles, proporcionen a sus zonas de influencia todo aquello que los ciudadanos puedan demandar para una vida digna y no propicien la necesidad imperiosa de abandonar la tierra.
Como solución al problema, hay ciertos políticos de nuestro gobierno regional que ponen en valor la capacidad de los conventos y monasterios para luchar contra la despoblación (no dudo que otros aspectos positivos tendrán), o denuncian que la banalización del sexo está influyendo determinantemente en que nuestros pueblos desaparezcan (como de todos es sabido el principal fin del sexo es traer nuevas almas a este mundo, dice el mozo en cuestión). A la vista de estos planteamientos tan peregrinos, y si las urnas no lo impiden, el problema de la despoblación en nuestra comunidad autónoma ha venido para quedarse.
Eso sí, el día que a este señor le expliquen la media de edad de los hombres, y sobre todo de las mujeres, de los pueblos de nuestra provincia, y de la Comunidad Autónoma en general, le va a dar un mal. Aunque mucho me temo que, si de embarazos sabe poco, menos sabe de biología.