El capitalismo es un sistema económico que se rige teóricamente por la Ley del Mercado que tiene como principio fundamental la regulación de actividad económica en función de la oferta y la demanda con el lucro como motor fundamental de la economía. La actividad económica tiene como fin ganar y acumular dinero y, se suponía hasta no hace mucho tiempo, que esas ganancias económicas, las plusvalías, además de incrementar el patrimonio de las empresas y de sus dueños, acaban revirtiendo no solo en los dueños del capital sino también en la propia sociedad donde desarrollaban su actividad. A lo largo del tiempo las reivindicaciones de los trabajadores consiguieron mejorar el funcionamiento del sistema, obligando a la intervención del estado con el establecimiento de normas y leyes que regularan las relaciones laborales y moderaran el lucro, y redistribuyendo parte de la plusvalía al conjunto de la sociedad mediante impuestos.
Cuando el capitalismo no tiene freno desarrolla incesantemente mecanismos para aumentar los beneficios y se olvida de la función social que tiene la propia economía y ello sucede en base a tres mecanismos: la explotación laboral sin límites de sus trabajadores, la asfixia económica de sus competidores y la evasión del beneficio a paraísos fiscales. Es lo que podríamos llamar “capitalismo despiadado”.
Esta concepción de la actividad económica no se reduce solo a lo que se han considerado tradicionalmente las fuerzas productivas, los niveles primario y secundario de la actividad económica, sino que extiende sus tentáculos al sector terciario de la economía, al sector servicios, y pretende obtener también beneficios desmedidos en sectores tradicionales de actividad pública como la educación, la sanidad o la vivienda, que se consideran esenciales para el progreso equilibrado de la sociedad. En ocasiones lo hace descaradamente como sucede con la desregulación del mercado de la vivienda social, en otras bajo el eufemismo de la colaboración público-privada y, por último, mediante subvenciones públicas que les permitan obtener beneficios de su gestión. Los colegios concertados, las residencias de la tercera edad o los hospitales públicos con gestión privada son claros ejemplos.
Este tipo de sistema no queda reducido a la propia economía, sino que invade el terreno que corresponde a la política y determina políticas y gobiernos que favorezcan sus objetivos económicos mediante leyes favorables para sus intereses que (des)regulen las relaciones laborales y favorezcan la bajada de impuestos, transformando la organización de la actividad económica en particular y de la organización social en general en “la ley de la selva”.
Llegar a esta situación ha sido posible únicamente por el desarme ideológico de la sociedad en general y, especialmente, de los partidos considerados tradicionalmente de izquierdas, que no solo han abandonado las banderas tradicionales de la burguesía ilustrada como la libertad, igualdad y fraternidad, sino también las banderas del considerado socialismo democrático o socialdemocracia. La acción política realista propugnada por Aristóteles en su República, o siglos más tarde por Maquiavelo en El príncipe como la lucha descarnada por el poder, y el arte de lo posible caminan de la mano y toman cuerpo en el siglo XIX como Realpolitik, concepto acuñado por Ludwig von Rochau, que contempla que la ley del más fuerte es un factor determinante en la política.
Este tipo de aceptación de lo “inevitable”, en nuestro tiempo el capitalismo despiadado, cuenta como aliados indispensables los medios de comunicación social que crean la opinión pública, otro de los determinantes de la naturaleza del poder del estado para von Rochau, y que son instrumentos beligerantes en la defensa de los privilegios sin límite de los poderosos y que propagan, sin pudor, no solo ideas dañinas para la convivencia y el progreso de la sociedad, sino que manipulan la realidad, mienten descaradamente y utilizan la mentira y el bulo como instrumentos de confrontación social al servicio de los poderes reales constituyéndose en “la voz de su amo”.
Ludwig von Rochau, que como he señalado anteriormente, podría considerarse como el padre moderno del posibilismo político, señala también en su obra Idealismo político y realidad, que la “realpolitik” es una opción que no renuncia a las metas ideales, pero asume que es necesario analizar detenidamente las circunstancias históricas para saber con precisión qué es posible hacer en cada momento histórico y, por tanto, también en el presente: en el siglo XXI.
El realismo político no puede ser una cesión permanente, no se puede renunciar a las metas ideales. La sociedad se polariza y deteriora a tal velocidad que no sabemos dónde nos puede llevar esta deriva si los ciudadanos no le ponemos freno de alguna manera y deberíamos tener claro que en una sociedad organizada en base a la ley de la selva solo sobreviven los depredadores sociales.