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Opinión

Si Garcilaso volviera

Un hombre, un megáfono y una estatua de Garcilaso de la Vega.

El periodismo español y la comunicación audiovisual están de enhorabuena, pueden dormirse felizmente en los laureles, regocijarse, distraerse y alegrarse porque su nivel de calidad está garantizado para muchos años. De la Universidad Complutense de Madrid ha surgido, como luz cegadora de brillante elocuencia, la figura deslumbrante de una jovencita que, sin duda, será guía y referencia para las futuras generaciones de comunicadores (y comunicadoras, para que nadie se ofenda).

De la noche a la mañana el nombre de esta chica, que no citaré por no contaminarlo con mi burda torpeza, ocupó las páginas de la prensa, los minutos de las principales cadenas de radio y televisión de esta bendita nación. Y todo por el impactante discurso con que obsequió recientemente al atónito auditorio de La Complutense, que la había designado como la alumna más brillante de su promoción, la creme de la creme, lo mejorcito. Debo reconocer (mea culpa) que fui reticente en un principio, pero fue tal la repercusión en todos los ámbitos, que no pude vencer la tentación, no solo de escucharlo, sino de ver las imágenes del incomparable evento. Y, francamente, mereció la pena. Aún se estremecen las fibras más sensibles de mi sensibilidad sensible con los ecos y los gestos, con aquel torrente desbordante de elocuencia y persuasión. ¡Qué dominio de la lengua, qué claridad y fluidez en la dicción! ¡Qué elegancia y naturalidad en la expresión! ¡Qué profundidad en las ideas! Castelar, Cánovas, Gómez de la Serna, el mismísimo Unamuno, Eduardo Punset, Luis del Olmo, Herrera, Alsina, Julia Otero, Susana Griso, Ana Rosa Quintana… se quedan en la sombra de su sombra, en la triste penumbra de su oratoria sublime. No sé por qué misterioso impulso, me vinieron a la mente unos versos de Alberti que no recordaba desde hacía mucho tiempo: Si Garcilaso volviera, / yo sería su escudero; / que buen caballero era.

Tal es la solvencia de nuestra heroína, tal su capacidad creadora, que declinó seguir ningún texto escrito. Improvisó de principio a fin, se nos mostró sin trampa ni cartón, sin fisuras, como un bote de tomate sin tomate y sin bote. A ver, sí, su apariencia primera en el estrado, con el ceñido jersey de cuello alto me recordó el de alguna compañera de clase de primero de BUP, en los días otoñales de mi lejana adolescencia. Pero no se debe juzgar por las apariencias, de modo que escuché y observé atentamente, cada vez más embelesado, embebido, fascinado. No salía de mi asombro, lo juro, ¡por estas! El tono suave se fue haciendo más y más enérgico, más intenso y profundo, más contundente, hasta el paroxismo. Y, para que no se dude de mi percepción, ahí van algunas perlas, literales y frescas, empezando por el comienzo (la captatio benevolentiae que exigía la retórica clásica): Me llamo (…) y la verdad que yo este premio no lo quiero absolutamente para nada. He sacado un nueve con veintiocho (…), la nota más alta. Mmmm… ¿de qué me sirve? No lo sé.

¡Por favor! ¿se puede superar este comienzo en un discurso de agradecimiento por la distinción de una institución universitaria? Pues sí, se puede; más adelante encontramos ya no perlas, sino diamantes: Para mí, lo primero, he hecho una carrera porque adoro audiovisuales, adoro el cine (…) pero tenemos que tener claro que se debe hacer cine político, se tiene que hacer cine políticamente, ¿vale? (..) Porque a mí, yo ya estoy harta de que esto se valore con notas, con votos, con títulos. (Ni quito ni pongo, ¡palabrita del niño Jesús!).  Y, casi al final: Porque el conocimiento (…) es tener criterio, y yo le doy gracias a mi madre, porque me ha dado criterio, y ella es ilustre, porque yo no he tenido una figura paterna, porque los padres, bueno, en fin, hay de todo chicos. Yo no he tenido suerte, porque tengo la mejor madre del mundo.

Como dice mi admirado José Mota, no te digo que lo mejores; ¡iguálamelo! Disculpa, sufrido lector, el exceso de ironía. Pero es que, como hemos anticipado y la propia joven nos recuerda, esta joya es “lo mejor de La Complutense”.  Ahí lo dejo.

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