[dropcap]T[/dropcap]uve la suerte de asistir a la inauguración del monumento a Miguel de Unamuno en las Úrsulas una fría mañana de finales de enero de 1968. Estudiaba quinto de medicina y un grupo de estudiantes habíamos ido a boicotear el acto. Considerábamos que era una burla que el régimen franquista hiciera un homenaje al rector que los había repudiado en el paraninfo con la histórica frase “venceréis pero no convenceréis”.
Al finalizar la inauguración contemplé con agrado la escultura. Me parecía que el autor, al que entonces no conocía, había plasmado con fidelidad la idea que gran parte de nosotros se había hecho de la figura de Unamuno. Cuando llegué a la alcaldía nos pareció que debíamos recordar a las grandes celebridades que habían dado renombre a Salamanca. En el primero que pensamos fue en Elio Antonio de Nebrija. Para inmortalizarlo quién mejor que Pablo Serrano. Se conmemoraba el quinto centenario de la publicación de “Introducciones Latinas” y las dos Universidades salmantinas, el Ayuntamiento y la Diputación acordamos, entre otras cosas, erigir un monumento al insigne autor de la primera gramática castellana.
Visité en Madrid una decena de veces el taller de Pablo Serrano para observar de primera mano el estado de la obra. Serrano se había empapado de la vida y obra de Nebrija hasta el punto que le pareció muy bien que escogiéramos para su ubicación la puerta de Zamora. Quería hacerle volver a Salamanca, ciudad de la que salió disgustado para nunca regresar.
Se eligió una base de granito proyectada por el arquitecto municipal Alberto López Asenjo. Consistía en un libro abierto del que brotaba el agua como si fuera la sabiduría que emerge de los libros. El agua caía en un estanque. Encima se encontraba la figura de Nebrija sentado, mirando a la ciudad. La escultura fue diseñada para ese lugar conflictivo, no pensada para un lugar de reposo. Quedó entronizada en presencia del autor de la obra y de los representantes de las instituciones que la habían financiado, en el mes de julio de 1983.
La obra de Pablo Serrano invitaba a la reflexión, la lectura y la meditación a los que transitaban por ese cruce de la ciudad. El escultor decía que: “Nuestra actividad está exigiendo otras formas de recibir la cultura, desde los coches se puede divisar sin problemas mi obra”. El Nebrija de Serrano pesa 1.600 kilos, su coste ascendió a 12 millones de pesetas. Fue sufragado por las cuatro instituciones salmantinas comprometidas en un principio tres de ellas presididas por Pedro Amat, Juan Luis Acebal, y Jesús Málaga. La corporación de Julián Lanzarote la trasladó a la calle Balmes en 1997 sin el consenso de las cuatro instituciones que la habían sufragado. Se perdió para siempre la base de granito que fue destruida para ubicar en su lugar una fuente.