Opinión

Sesgo de género en Medicina (II): La mujer cómo paciente

Unas manos con guantes. Imagen. Clay Bank. Unsplash.

“El androcentrismo presente en la investigación, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades es un factor de desigualdad que condiciona a las mujeres durante toda su vida”, señala la profesora María Teresa Ruiz Cantero, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante.

Existe suficiente evidencia científica acerca de que muchas enfermedades no tienen la misma expresión clínica en hombres y en mujeres, que no se comportan de la misma manera, pero este hecho es sistemáticamente ignorado en los estudios de investigación, especialmente en los ensayos clínicos con fármacos que se realizan fundamentalmente en varones; también en la enseñanza en las facultades de medicina y en la propia práctica médica.

La base de estas diferencias biológicas entre hombre y mujer son numerosos factores diferenciales, entre los que los más importantes son la variabilidad hormonal que tiene lugar en las mujeres, y la propia expresión genética, pero existen también determinantes sociales, culturales, disparidad de criterios médicos o disponibilidad de servicios sanitarios que juegan también un papel importante al respecto, casi siempre en contra de las mujeres.

Este problema es ignorado y apenas se aborda en la formación de los futuros médicos en las facultades de medicina ni en la formación de postgrado. Se estudian las enfermedades bajo una perspectiva única sin valorar las diferencias que existen entre uno y otro sexo. Es imprescindible promover el pensamiento crítico del personal sanitario para que identifique el problema y contribuya a romper el círculo de su reproducción automática. Para ello es preciso que a los alumnos se les ofrezca información desagregada por sexo en función de las enfermedades, para que los futuros médicos puedan diagnosticar y tratar conscientes de que existen diferencias en la forma de enfermar entre hombres y mujeres, incluso en una misma enfermedad, y también en la forma de tratar algunas enfermedades.

En ocasiones la toma de decisión al respecto por parte del médico, de forma consciente o inconsciente, se realiza en base al sexo del paciente. Algunos ejemplos pueden ayudar a entender mejor el problema.

El dolor es una manifestación clínica que puede ser incapacitante, pero cuya cuantificación en la mayoría de las ocasiones, aun utilizando escalas de medidas que pretenden ser objetivas, es subjetiva, y se tiende a valorar de forma diferente entre hombres y mujeres. En estas últimas muchas veces se trata directamente con analgésicos sin investigar la causa que lo produce cuando esta causa no es evidente, mientras que en varones se extreman las pruebas diagnósticas.

Existen enfermedades osteoarticulares que presentan prevalencias diferentes entre hombres y mujeres, por ejemplo, la gota es más frecuente en hombres y la osteoporosis más en mujeres. Sin embargo, en otros casos se observa un sesgo fundamentalmente diagnóstico, por ejemplo, en las espondilo-artropatías: un hombre con molestias en la columna vertebral será más fácilmente diagnosticado de espondilo-artritis y, en cambio una mujer, en las que la misma enfermedad presenta manifestaciones articulares periféricas, tiene más posibilidades de ser diagnosticada de fibromialgia.

Este tipo de sesgo también se observa en las enfermedades respiratorias más prevalentes: si un varón tiene síntomas sugerentes de una enfermedad obstructiva de los bronquios y fuma tiene muchas posibilidades de ser diagnosticado de EPOC; por el contrario, si es mujer, tiene más posibilidades de ser diagnosticada de asma y ello influye también en el tratamiento que se le propondrá en función del diagnóstico establecido.

Lo mismo ha sucedido con la prevención de los factores de riesgo cardiovascular y con algunas enfermedades cardiovasculares como la cardiopatía isquémica crónica, el infarto de miocardio o la insuficiencia cardíaca; también en el ictus isquémico. Otra área en el que existen marcados sesgos de género es el de las enfermedades mentales como la ansiedad o la depresión donde hay sesgos diagnósticos en función del sexo del paciente.

Por lo que respecta a la investigación la perspectiva de género debería incluirse como un requisito más en los ensayos clínicos y es una responsabilidad de las agencias reguladoras (la FDA en Estados Unidos, la EMA en Europa o la AEM en España) de los ensayos, quienes deberían exigir la inclusión de mujeres en los ensayos clínicos en particular y en todos protocolos de investigación en general.

Más allá de la investigación y en relación con la formación médica es necesario también que se contemple la perspectiva de género en las facultades de medicina para que los alumnos formados con dicha perspectiva la asuman en su futuro ejercicio profesional.

Ha transcurrido mucho tiempo, más de treinta años, desde que se publicaron los primeros artículos que señalaban sesgos de género en el ejercicio médico en las revistas científicas más prestigiosas como The New England Jornal of Medicine o The Lancet, pero el camino realizado hasta la fecha es escaso y son muy pocas las guías de práctica clínica que lo han incluido. Aún queda camino por andar.

 

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