La oruga procesionaria se ha convertido en los últimos años en un problema de salud pública debido al aumento de su población. Factores como el cambio climático y el crecimiento de pinares artificiales han favorecido a este riesgo, que afecta especialmente a los niños y los perros.
En los últimos años la población de oruga procesionaria ha aumentado considerablemente, llegando a considerarse como un problema de salud pública. Estos insectos, de entre 25 y 40 milímetros de largo, poseen pelos urticantes que pueden liberar cuando algo les incomoda. Dichos filamentos pueden producir sarpullidos y dermatitis en los niños, e incluso la muerte en los animales si la ingieren.
Generalmente estos seres vivos, considerados como el insecto defoliador por excelencia de los pinares en España, comenzaban a ‘procesionar’ a partir del mes de marzo. Sin embargo, “hemos observado que los casos vienen más pronto”, explica a El País Ignacio Molina, veterinario y profesor de Aeva Veterinaria Formación. “Desde un tiempo a esta parte estamos viendo que se dan casos de procesionaria en inverno”, añade.
Entre los factores que están favoreciendo a esta especie, destaca “el incremento de temperaturas, en particular las invernales”, aclara el doctor José A. Hódar, de la Universidad de Granada. Además, del cambio climático, Hódar apunta al aumento de los pinares artificiales en España. “La actividad humana ha incrementado su importancia relativa en las formaciones vegetales”.
Por otro lado, el doctor de la Universidad de Granada explica que las condiciones para que esta especie prospere son “disponibilidad de alimento (pinos), baja diversidad específica y estructural en la formación vegetal, y temperaturas (relativamente) suaves durante el invierno”.
Animales
De cara a evitar el contacto de los animales, especialmente los perros, con las orugas procesionarias, se recomienda evitar el tránsito por los pinares entre los meses de febrero y mayo. No obstante, en caso de ir por esas zonas “es muy importante que los perros vayan atados y no los dejen andar sueltos”, indica Ignacio Molina. Por otro lado, aclara que los gatos “no suelen tener mucho contacto con las orugas”.
En caso de que el animal haya tenido contacto con la procesionaria, es esencial acudir al veterinario cuanto antes. La vicepresidenta del Colegio Oficial de Veterinarios de Murcia, María Luisa Medina expone que los principales síntomas son “exceso de salivación y reacción inflamatoria con rojez he hinchazón de la parte con la que haya entrado en contacto”.
Los efectos de la thaumatopina, la sustancia que contienen los pelos de las orugas, pueden ir “desde una reacción alérgica con eritema de la piel, picor y demás efectos, hasta, si ha habido un contacto muy directo con la mucosa oral e incluso una ingestión de la procesionaria, producirse la muerte del animal”.